Reynosa, Tamps. / Abril 15.-
El 5 de abril de 2011 se me presentó la necesidad de viajar a Ciudad Victoria, Tamaulipas, para realizar unos trámites escolares; tenía que decidir qué día de esa semana lo haría y quería hacerlo lo más pronto posible ya que por la burocracia que tenemos en nuestro Estado, mis trámites tardarían mucho en realizarse.
Pero esa semana se descubrieron las fosas clandestinas en San Fernando, como es obvio el nerviosismo se apoderó de mí; de por sí con la inseguridad que vivimos actualmente ya le pensaba viajar por esa carretera, con este suceso el miedo psicológico que viví esos días fue un infierno.
Fue una semana muy difícil donde tenía que decidir abortar la idea o aventurarme; escuchar las noticias, leer periódicos de tantas vidas inocentes perdidas, el saber que eran víctimas que habían bajado de autobuses ¿cómo atreverme a viajar?
Yo tenía la necesidad de viajar desde Reynosa a Ciudad Victoria, pasando por San Fernando, y mi familia y amigos me pedían no hacerlo; mis padres casi rogando me decían que no expusiera mi vida, pero en las noticias yo escuchaba que ya había mucha vigilancia de militares y policías en esa carretera.
Y era lógico después de la aparición de tantos cadáveres de personas que habían sido bajados de autobuses de pasajeros; por eso era lógico que todo estaría inundado de soldados, federales, marinos, y que mi viaje iba a ser seguro. Eso me hizo confiar en que si realizaba este viaje todo estaría bien.
El día domingo 10 de abril, cuando las noticias hablaban de 88 cadáveres encontrados, tomé un autobús de la línea de Transpaís con destino a Ciudad. Victoria; de día, ya que me aseguraban que era más seguro viajar así, que había menos riesgo.
Así lo hice, prometiendo a mi padre enviar un mensaje por celular cada media hora para que estuviera tranquilo, aunque en realidad lo hice con el pensamiento: que si me pasaba algo en el camino al menos tendrían la idea hasta dónde había estado todo bien, y por donde buscarme.
Durante el viaje constaté que había tres retenes, el primero fue de marinos, el segundo de soldados que sólo checan cuando vienen de regreso los automóviles con dirección a Reynosa, y un poco más delante de federales con policías ministeriales en un poblado que decía: Carreta Dos.
A partir de ahí la carretera está completamente sola, libre de vigilancia, quedando todos los viajeros que nos atrevemos a tomar este camino a merced de la delincuencia. Pero afortunadamente no tuvimos ningún contratiempo.
Ya en Ciudad Victoria seguí escuchando en la televisión que seguían encontrando más cadáveres, que muchos familiares de personas desaparecidas llegaban a Matamoros buscando entre estos a sus seres queridos.
Al día siguiente terminando de hacer los trámites decidí regresar; nuevamente tomé el autobús ahora de regreso con la esperanza de que la vigilancia en la carretera hubiera aumentado, pero…
Cuál fue mi desilusión, no había nadie cuidándonos, ni siquiera los que habían estado un día anterior. Sólo estaban los sacos con arena a un lado de la carretera; sólo el retén militar que siempre está. ¿Pero y los demás retenes?, me pregunté. Habían desaparecido.
Señor presidente: ¿No dijeron usted y sus funcionarios a los periódicos y en la televisión que las carreteras están muy vigiladas?
Eso es mentira. ¿Qué necesitan para cuidarnos?, ¿qué les hace falta?, ¿por qué nos abandonan?, ¿por qué nos mienten?
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