Monterrey, N.L.-
En el primer día de un trabajo periodístico encubierto donde me hice pasar por un enfermero con vestimenta color azul que usan en los hospitales, el saldo fue “blanco”: no hubo actitudes hostiles de los usuarios del Metro en mi contra; ni manifestaciones amables por “mi labor atendiendo pacientes”. Y tampoco personas que se alejaran por el riesgo de “contagiarlos” de Covid-19.
El recorrido comenzó a las 10:30 horas en la Estación Zaragoza de la Línea 2 del Metro. Ahí noté la primera reacción por parte de un guardia de Metrorrey quien, mientras compraba mi boleto, no dejaba de mirarme.
Cuando bajé a los andenes observé que las pocas personas que esperaban la llegada de los vagones hicieron caso omiso a mi presencia, y prefirieron estar al pendiente de sus mensajes o redes sociales.
Una vez a bordo del vagón que elegí para subir noté que sobraban espacios donde sentarse. Capté como un señor de la tercera edad -con tantos lugares disponibles-, optó por colocarse cerca de mí, con su respectiva sana distancia.
Con el paso de las estaciones el vagón comenzó a llenarse y en el trayecto de Fundadores a Cuauhtémoc me desplacé a un área más aglomerada, para experimentar si mi presencia podía producir rechazo entre los pasajeros.
Sucedió todo lo contrario: me ubiqué entre cuatro señoras y ninguna hizo algún gesto de desaprobación o buscó moverse a otro lugar. Enfrente de mí vi a una joven enfermera con prendas color gris a quien saludé y quien, a pesar de traer cubre bocas, noté que me devolvió el gesto con una sonrisa.
Al bajar en la estación Cuauhtémoc percibí cómo la sana distancia era completamente ignorada por los pasajeros quienes comenzaron a abordar el medio de transporte sin permitir que otros salieran.
Con todo y la aglomeraron en la entrada no recibí ninguna agresión ni física ni verbal.
Mientras esperaba volver a abordar vi en la otra dirección a elementos de Fuerza Civil que desplazaron a las mujeres para que se formaran en el área del vagón rosa; una buena medida para evitar caos.
De Cuauhtémoc a Sendero permanecí en el mismo lugar debido a que me encontraba rodeado por otras nueve personas, quienes sólo me dirigieron una que otra mirada de curiosidad sin mostrar gestos de despecho o disgusto.
Sorprendió cómo desde General Anaya hasta Santiago Tapia se registraron pocos ascensos o descensos, especialmente en la desolada Estación Universidad, que no albergó ni un alma y hoy es la una “zona fantasma”.
Mientras hacía el cambio de dirección, una pequeña de aproximadamente 10 años –que por obvias razones no debía estar ahí-, atrapó mi atención ya que cuando me vio le dijo a sus padres: “Mira mamá”, a lo que le respondió: “Sí hija, el joven va rumbo al hospital a trabajar”.
De regreso a Cuauhtémoc el camino estuvo relativamente tranquilo y por segunda vez saludé a un “colega” que me respondió de manera positiva, pero fuera de ahí cada quien en su mundo.
Para variarle al experimento periodístico -por así llamarle a esta orden de trabajo encubierta-, me bajé en la Estación San Nicolás, ubicada a un lado de la Clínica 6 del IMSS donde falleció el primer nuevoleonés a causa del Coronavirus.
Mientras esperaba el vagón noté un considerable número de personas de los cuales algunos tenían los ojos puestos sobre mí.
Una vez dentro no observé reacciones negativas a pesar de volver a ir prácticamente aglomerado. Asumí que para los pasajeros era más importante revisar sus mensajes y redes sociales que siquiera pensar en agredir a un “miembro” del personal de salud.
Descendí en Cuauhtémoc y era momento de tomar la Línea 1 con destino a Talleres, con más estaciones en colonias populares que la dirección Exposición. Aprecié que ambos lados tenían guardias de Metrorrey vigilando, asegurándose que los usuarios portaran en todo momento su cubre bocas y respetaran la sana distancia.
El vagón lució aglomerado y vi una buena oportunidad para recorrerlo y ver las reacciones que podía provocar. A pesar de observar en los pasajeros caras largas, llenas de incertidumbre e inclusive con sueño, ninguna mirada de mala fe se hizo presente.
Opté por bajarme en Mitras y del otro lado de la estación observé a otra “colega” vestida con uniforme color guinda y de extremo a extremo le hice un saludo y me lo devolvió. Espero que para los verdaderos miembros del personal médico estas muestras de respeto contribuyan a “hacerles el día”.
Decidí acabar el camino de la Línea 1 en Aztlán. Al retornar no tardé en encontrar lugar y donde me senté estaba un señor de la tercera edad, quien al verme llegar y tener espacio disponible se desplazó, decisión totalmente entendible ya que supuse priorizó su salud y la sana distancia.
De regreso hacía Cuauhtémoc aprecié cómo paulatinamente se fue llenando el vagón y una vez más me tocó en un área llena de gente. Para mi suerte no hubo reacciones hostiles y, a lo mucho, capté miradas fijas al ser el único pasajero con la vestimenta azul estilo enfermero o doctor en el vagón.
Para finalizar el recorrido me dirigí a la Línea 2 con destino a Zaragoza. Afortunadamente pude cerrar “con broche de oro” al ver y saludar a otra “colega” con atuendo marrón a bordo: su reacción fue recíproca, extendí mi racha de saludos correspondidos y reafirmé ese sentido de solidaridad ante la pandemia.
Sorprendentemente, contrario a lo que pude pensar, fui respetado en todo mi trayecto en el Metro y concluyó tres horas después sin actitudes hostiles, confirmando por qué Nuevo León no está en la lista negra de los 22 Estados del país donde se ha agredido a personal médico durante la pandemia.
Mañana será otro día, otra experiencia qué contar.
Observa aquí su recorrido: