Monterrey, N.L.-
En esta ocasión me tocó hacer el recorrido en las rutas urbanas de la ciudad, con el fin de comprobar si en los camiones existía o no hostilidad hacía los miembros del personal médico.
Al enterarme de los casos de discriminación en contra del enfermero de Juárez y el paramédico en Apodaca, no puedo negar que aumentó mi miedo de convertirme en el tercer “empleado” del área médica en sufrir una agresión en tiempos de Coronavirus.
El trayecto comenzó entre Cuauhtémoc y Padre Mier. Mientras esperaba opté por sentarme ya que hacía mucho calor y el sol caía a plomo. Apenas me puse cómodo y de inmediato noté como una señora decidió quitarse y prefiero mantenerse de pie.
Tomé la Ruta 17 Pío X-UANL, la cual lucía prácticamente vacía. Tanto el chofer como los pocos pasajeros hicieron caso omiso a mi presencia y conseguí pasar desapercibido.
Decidí bajarme en la avenida Madero para buscar tanto una unidad más llena, como una parada con más personas.
Al sentarme escuché la conversación entre dos con acento centroamericano, quienes al verme se me acercaron y me preguntaron: “¿Oye hermano sabes cómo llegar a Rancho Viejo”? De primera instancia supuse era una colonia que no conocía pero, una vez que tomé mi celular descubrí, que estaban buscando un bar en el centro de la ciudad.
Me subí a la Ruta 311 y contrario al primer camión fue más difícil encontrar lugar y logré atrapar varias miradas. Si bien entre los pasajeros se apreciaron caras largas, llenas de dudas, incertidumbre y cansancio, ninguna de ellas fue dirigida con odio o sentimientos negativos hacia mi persona.
Descendí en Guerrero y caminé hacia la avenida Juárez, la vialidad más concurrida del Centro de Monterrey aún en tiempos de Coronavirus. Mientras cruzaba pasó un dulcero quien al verme dijo: “Ahí viene el doctor, no nos va a pasar nada”. No pude evitar sonreír.
A bordo de la Ruta 113-Túnel sucedió algo inesperado: un “colega” me clavó una mirada retadora con tintes de enojo desde el momento que abordé. Independientemente de la razón de su gesto facial, opté por no saludarlo como lo hice en el recorrido del metro.
Para verificar que me seguía observando de esa manera lo miré disimuladamente y al bajarme de la unidad en Colegio Civil lo reafirmé. De todo corazón espero que más allá de la mala cara no se las este “viendo negras” en su trabajo.
Al presenciar una afluencia “muerta” en comparación a la experiencia en los vagones del Metro, decidí concluir mi trayecto con un camión más, uno que pasará por todo Juárez y me acercará a la avenida Constitución.
El Ruta 50 fue el elegido y ahí presencié lo mismo: pasajeros bien cubiertos, concentrados en su mundo, sin embargo hubo un pequeño detalle que atrapó mi atención por completo.
En el siguiente semáforo se subió un señor de aproximadamente 50 años y, a pesar de tener a su disposición otros el lugar, eligió ponerse justo a mi lado.
Me sorprendió, aunque el gusto duro poco. Al pasar por un bache y justo en el asiento en el que íbamos resintió el desliz, por lo que optó por moverse a un lugar más “cómodo”; o era eso o le entró el miedo por estar cerca de un “miembro” del personal médico.
Pasando InterPlaza abordaron una cantidad considerable de pasajeros y con tantos asientos disponibles –y priorizando la sana distancia supongo- ninguno de los recién llegados se sentó conmigo.
Para cerrar el Día 2 me bajé en el semáforo de Melchor Ocampo con Zaragoza, justo antes de las incorporaciones a Constitución y Morones Prieto.
Concluí la segunda parte del experimento periodístico sin agresiones, con un halago por parte de un dulcero, la “mirada retadora” de un “colega” y un “valiente” se se sentó a mi lado.
Ve aquí el video del recorrido en el Día 2: