Cd. de México.-
La belleza cabe en una maleta de piel que Diego Sexto lleva siempre. A veces va al parque a cortar el cabello a un oficinista, en otras ocasiones acude a prisiones, donde abre caminos entre el cabello de las mujeres, o bien, a cualquier espacio público para reavivar las melenas de personas con enfermedades crónico-degenerativas o de personas poco reconocidas por su oficio, por ejemplo, las sexoservidoras.
Le llaman el peluquero itinerante. Hace años decidió recorrer México para conocer cómo ellas hacen de la belleza su día a día; sin embargo, dice que es un peluquero de paisaje”, como los personajes que cortaban el cabello en la calle.
El Parque México es uno de sus principales sitios de trabajo, ahí cita a quienes lo buscan. Es sencillo reconocerlo y en su rostro se extienden unos anteojos plateados que parecen una continuación de sus tijeras.
Estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras; sin embargo, luego de la huelga de la UNAM suspendió sus estudios y decidió aprender un oficio: se hizo discípulo del peluquero catalán Antonio Bellver, quien ahora es un aliado de sus proyectos.
Dice que el proceso de aprendizaje fue complicado, no siempre tenía claridad y buscaba innovar tendencias. Ahora, después de 17 años, únicamente busca que las personas se sientan cómodas.
A la capital llegó el miedo en 2009 por la propagación del virus de la influenza. “Ese momento quebró la economía y desaceleró el proceso de consumo, la gente estaba muy desesperada y comencé a dar citas aquí en el parque, recordé que era algo que traíamos en nuestro interior y que nada más era cosa de volverles a contar a las nuevas generaciones cómo podemos acceder a la belleza en un espacio abierto”, relata.
Llegó a Tlacolula de Matamoros, Oaxaca, donde se celebraba una fiesta popular, que es un acto de solidaridad y sentido de comunidad realizado por pueblos originarios de la región. En el encuentro había médicos tradicionales, parteras y curanderos que se reunieron para compartir percepciones sobre salud, maternidad y estética, “cuando tocó el momento de mi participación lo que hice fue cortar el cabello y ellos interpretaron que lo que hago es curar, por eso me tomo tan en serio siempre trabajar cerca de los árboles”, afirma. Escuchar las necesidades estéticas es muy importante para él.
Diego recuerda a una mujer como uno de los casos más especiales con los que se ha encontrado. Llegó a la Ciudad de México desde Cuernavaca, tiene esclerodermia y fibromialgia, su hijo es una persona con autismo y sus padres son de la tercera edad, pero viajó hasta la capital para asistir a la trigésimo tercera edición de las Brigadas de Belleza Itinerante, que tienen como objetivo “compartir apapachos estéticos con personas diversas, vinculando al estilista con temas de derechos humanos”.
A cada actividad asisten de 30 a 45 profesionales, quienes se reúnen en espacios públicos para dar servicios gratuitos a personas en situación de vulnerabilidad.
La mujer a la que atendió le interesó cambiar el color de su cabello. “Recuperó muchísimo de su paisaje facial y se lo tomó tan desde el corazón que me vinculó con una nueva asociación civil para trabajar con mujeres con fibromialgia”. No es fácil que alguien que no se ha visto en un espejo por muchos años se decida y cambie, dice Diego. Es complicado que las personas acepten ir a estos eventos, por ello, las asociaciones civiles juegan un papel muy importante, como puente de convencimiento.
Los caminos de diversos profesionales de la belleza, organizaciones y demás voluntarios se han ido trenzando con el tiempo. En 2004, Diego hizo un espectáculo en apoyo a personas con padecimientos crónicos, desde ese año ha asumido un compromiso de forma cada vez más público.
Fundó las brigadas en 2014, las cuales benefician a mujeres que realizan oficios poco apreciados, por ejemplo, sexoservidoras, policías, taxistas, barrenderas, comerciantes, personas con enfermedades como sida, esclerodermia, lupus, fibromialgia, problemas reumáticos, cáncer de mama y quienes defienden su identidad de género.
Un segundo tipo de jornadas se organizan para enseñar a peluqueros y estilistas a utilizar los productos cosméticos con una perspectiva social. Diego piensa que uno de los principales obstáculos de las brigadas ha sido la falta de compromiso de algunas instituciones y empresas, le gustaría una mayor apertura a los espacios públicos u apoyo con foros especializados, puesto que las jornadas tienen limitantes: “No estamos preparados como terapeutas ni como sicólogos para enfrentarnos al mundo emocional al que están recluidas, al que son postradas las personas que tienen algún padecimiento crónico”.
Los brigadistas también han pasado por crisis, como una estilista que hace tiempo asistió a una jornada en la Casa Xochiquetzal, donde se alberga a mujeres de la tercera edad que fueron sexoservidoras. Durante las actividades ella cuestionó su participación voluntaria porque escuchó a una de las habitantes decir que volvería a abandonar a sus hijos con tal de llevar la vida que había tenido.
Pelos en la lengua
El ritual de cortarse el cabello pocas veces es silencioso. Sobre la tierra desnuda del Parque México quedan cabellos sin edad en recuerdo de las historias trazadas por los peines y tijeras de Diego.
El peluquero nómada acomoda a Coco González, una mujer que pidió un corte. Las palabras van saliendo. Piensa que el profesional de la belleza puede reconocer y ofrecer ayuda a quienes son víctimas de la violencia.
“Mi jefe quiere que vayamos peinadas así”, “mi marido me quiere ver como su madre”, son algunas señales de violencia que ha reconocido Diego. No sólo son los golpes, declara el hombre.
Según la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México (Enadis) 2010, dos de cada 10 personas consideran que el principal problema de las mujeres es el desempleo, siguen la inseguridad, abuso, acoso, maltrato, violencia y discriminación; los problemas de salud aparecen en porcentajes menores. “Estamos capacitando a los estilistas, a los barberos y a los peluqueros para que no abandonen sus centros de trabajo y se conviertan en promotores de derechos humanos desde sus salones, por toda esta capacidad que tienen de abrazar a las familias completas”, explica.
Si detectan violencia, invitan a las personas a participar en las jornadas, o “a veces nuestro trabajo es contar alguna historia que permita a esa persona reconocer lo que le está sucediendo”, dice.
Aunque Diego siempre ha querido ser un peluquero de mujeres, la mitad de sus clientes son hombres. Solicitan sus servicios personas de 25 a 60 años, atraídas por la novedad de cortarse el cabello al aire libre, Coco es una de ellas, dice que no le gusta estar encerrada. Ante la inexistencia de los espejos, las personas muestran apertura al cambio, afirma Diego.
En el parque hace semanalmente entre seis y 10 cortes. La clientela proviene de sectores acomodados, pagan más de 100 pesos. Explica que no sólo le pagan bien, sino que dejan buenas propinas.