México, D.F. / Feb. 23.-
Érase un hombre a un caballo pegado. Y después de tres años de ausencia, retornó a la Plaza México, enloqueció al público. Pablo Hermoso de Mendoza. Pablo maravilloso con su rejoneo.
Domingo de expectación. Para no variar, las pandillas de revendedores hicieron de las suyas. Ellas, ellos, jóvenes y gente mayor, desde el sábado muy temprano, con la complicidad, vaya usted a saber de quienes, se apoderaron de una gran cantidad de boletos. Y este domingo, casi en las narices de los policías, los ofrecían y los vendían a más del doble del precio oficial.
Nuevamente, en el coso más grande del mundo, con los aficionados habituales, los villamelones, y las celebridades. Para uno de esos personajes una gran ovación cuando Octavio García “El Payo” le brindó el toro. Javier Aguirre lo agradeció con el rostro enrojecido. Minutos más tarde, un coro gigantesco le decía: “¡Te queremos en el Tri!”. Pero en cosas del futbol, de la Selección Mexicana, el público no manda, no es Jorge Vergara.
Érase pues un hombre a un caballo pegado. Un centauro de cuerpo delgado, amplia sonrisa. Los aplausos fueron suyos, para él desde que partió plaza.
Y fue con su segundo toro, el cuarto de la tarde, Conin de nombre, de la ganadería de Los Encinos con el que Pablo Hermoso de Mendoza se reencontró con el triunfo.
Es sencillamente magistral. Domina el arte del rejoneo, pero también es un jinete a la alta escuela. Inició la faena con Dalí, un alazán. Hizo con él que el toro lo siguiera. De costado el corcel y el jinete recorrieron casi todo el ruedo hasta que se frenaron, hicieron un quiebro para colocar tanto el rejón de castigo, como más tarde las banderillas.
Después Hermoso de Mendoza sacó a Silveti, un retinto lusitano. Se escuchó una sentida ovación en recuerdo al Rey David, en cuyo honor fue bautizado ese hermoso caballo.
Y con él la locura. En varias ocasiones, el rejoneador y el equino dieron giros completos ante la cara del toro. Vibrante se repitió el: “¡Olé!” de más de 30 mil gargantas.
Para culminar la faena, el figurón navarro se ayudó con Pirata, un tordillo de la raza azteca. Entonces colocó las banderillas cortas, y otras a dos manos. Extasiada estaba la gente, y el rejoneador. Era el momento de los desplantes, del lucimiento, así, se inclinó Pablo hasta tocar los cuernos de Conin, luego el teléfono. El espíritu de Carlos Arruza parecía asomarse entre el banco de nubes que cargaban el cielo pero no rompieron en lluvia.
El rejón de muerte quedó bien colocado. El burel sin embargo tardó un poco en doblar, tuvieron que moverlo los subalternos, lo hicieron con habilidad. Surgieron los pañuelos blancos del público y con rapidez, el verde que el juez de plaza, Ricardo Balderas, que otorgaba las dos orejas y el rabo. Entonces, fueron los silbidos los que volaron. Evidente la protesta, la molestia de quienes consideraban excesivos los máximos trofeos.
Pero Pablo Hermoso de Mendoza tiene experiencia, es sensible a esas manifestaciones. Por ello, iniciaba la vuelta al ruedo lanzó el rabo a uno de los subalternos y logró que de inmediato reapareciera la ovación.
Con su primer toro, Pame, el hombre que revolucionó el arte del rejoneo logró también emocionar. El astado era noble, tenía calidad. Seguía con bravura a Estella, Chenel, Ícaro y al ya veterano Pirata que a su vez obedecían a su amigo, su dueño. Perdió las orejas por las fallas con el rejón.
Vigésima corrida de la Temporada. Jerónimo, el sentimental, el artista, no tuvo suerte. Con su primer enemigo se vio voluntarioso pero no lo comprendieron. Fue abucheado. El Payo, como en su presentación, dejó de manifiesto que tiene ganas, valor, le falta experiencia. Se llevará las palmas a su campaña española.
Pero el entradón en la plaza, la expectación, la locura fueron para quien retornaba. Y es que érase un hombre a un caballo pegado…
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