Ser madre te cambia la vida, ves el mundo de forma diferente, te vuelves más tolerante y más empática, no digo que quienes no tengan hijos no lo sean, pero parece que nuestro corazón pierde algunas capas de dureza y se transforma.
Cómo periodista he escrito muchas historias sobre problemática social y cuando hay niños involucrados duelen aún más.
En un día como cualquier otro preparaba mi agenda de trabajo para las próximas ediciones del periódico quincenal y la revista mensual, dónde las llamadas telefónicas son parte fundamental para lograr concretar una cita para entrevista.
Marqué uno de los números, era el caso de una pequeña de siete años con una delicada enfermedad que la mantiene en un hospital y a su madre junto a ella, quien además tiene que trabajar.
El teléfono sonó y nadie respondía y tras unos minutos una suave y dulce vocesita, con un volumen muy bajito respondió: “¿Bueno?”, mi cerebro trabajó más rápido de lo normal y pensé que seguramente era la pequeñita quien respondía: “¿está tu mami?, pregunté y contestó algo que no logré comprender y le dije que llamaría más tarde.
Antes de colgar escuché un sonido al que no le hice mucho caso porque no supe de que era.
Después pensé en la irresponsabilidad de la madre, ¿por qué dejaba que la niña contestara el teléfono?, ¿qué no sabía que los niños no deben hacerlo?
No había pasado ni un minuto cuando mi cerebro se sacudió y entendí que el sonido era de un aparato hospitalario y que la niña lo que dijo fue: “no está, está comiendo”.
Mi corazón se apachurró, me sentí mal por juzgar como una estúpida sin saber y después entendí que quizás esa pobre madre salió rápidamente para comer algo y dejó olvidado su celular en la habitación, ¿después? le di gracias a Dios por la salud de mis hijos.
Lamentablemente vivimos en una época en dónde abundan las “personas modelo”, aquellas que actúan siempre de forma correcta, perfecta y que tras un teclado o el celular juzgan y son inquisidores de quienes consideran imperfectos o actúan erróneamente ¡empatía señores! y más amor al prójimo es lo que nos falta.
De la página La Vida en Bettylandia