“Cuando entramos al salón un niño la estaba abrazando”, me dijo mi esposo refiriéndose a mi primogénita.
Enseguida volteó a verla y le preguntó cómo se llamaba el niño que la abrazaba y ella dijo que no sabía, pero notamos algo de pena, lo que realmente me enterneció mucho.
El agregó que cuando salimos del salón el niño iba con sus papás y emocionado les dijo: “¡miren!, ¡ahí va Ximena!”.
Todo esto pasó frente a mis ojos y extrañamente no lo noté, seguramente estaba en mi “lapsus pendejus distraidus”, o simplemente estaba en otra cosa.
“¡Ay, que bonito! seguramente al niño le ha de gustar, a mí en el kínder me gustaban unos gemelos, se llamaban Aaron y Erick, Anna Laura se ha de acordar de ellos”, refiriéndome a una amiga a la que aún frecuento.
“¿Otra vez lo mismo?”, me dijo el individuo y me puso a dudar si realmente ya había contado esa historia muchas veces o si no le gustaba del todo la idea de que su princesita le gustara a un niño.
La verdad ya no le pregunté nada a la pequeña, lo cierto es que esas cosas son parte de la inocencia de los niños y quienes lo vivieron saben de lo que hablo.
¿Cuántos de ustedes aún recuerdan a su amor de la infancia?, ¿fue en kínder o yo me adelanté mucho?, todavía se acuerdan de su nombre?