A la Liga MX de futbol soccer profesional se le critica hasta el cansancio por su comercialismo, ya que sus dirigentes ponen su mira en la ganancia económica a costa, a veces, de la competencia en la cancha y el crecimiento de los jóvenes formados en las pobres canteras de los clubes de primera división. Y abundan los cuestionamientos acerca de lo irregular de los torneos y la mediocridad de los equipos que permite dar brincos en la tabla general a los que pasan por sensibles bajas de juego o caen en baches prolongados. Por eso es ya es común que un equipo calificado como “chico” le gane a uno de los “grandes” o históricos, tal como ocurrió el domingo 23 de abril pasado cuando Veracruz, metido en problemas de descenso, le asestó un sorpresivo 2-0 a Pumas en el mismo Estadio Olímpico de la ciudad de México.
Sin embargo, los aficionados, atenidos en cada torneo semestral al “resultadismo”, sin duda alguna, también gozan la emoción que genera cada fase final, casi hasta el último minuto de juego, tanto para conocer los ocho calificados que tienen como meta el título como para saber con anticipación el club que descenderá. Y “se prenden” con la llamada liguilla porque es un nuevo torneo en el que a veces es campeón el que entró en octavo lugar.
Los entrenadores extranjeros que llegan por primera vez a dirigir en México de pronto se muestran extrañados por la exigencia que le plantean directivos, aficionados y medios de comunicación de rendir buenas cuentas de inmediato, sin importa si hubo de por medio una adecuada planeación y una buena pretemporada. La paciencia no cuenta a la hora de ver a los equipos a mitad de la tabla general y, más todavía cuando la lumbre del infierno de la tabla de cocientes les llega a los aparejos.
Hoy mismo están muy confundidos los expertos y quienes han vivido durante décadas del futbol y para el futbol porque no encuentran un favorito que pueda ser señalado anticipadamente como viable campeón. Ellos inclusive afrontan serias dificultades a la hora de analizar la consistencia de los que encabezan la tabla general. Y, para colmo de sus dudas, a dos fechas de terminar el torneo, no estaban seguros de cuáles serían los ocho que entrarían a la liguilla, porque matemáticamente se podían colar tanto el actual monarca, Tigres de la UANL, como León con su cadena de seis derrotas de ambos, y no se diga el inconsistente Pumas de la UNAM o Cruz Azul que llegó a tocar la puerta de la tabla de cocientes.
No es exagerado decir que en la disputa de la penúltima fecha, el 30 de abril, todavía aspiraban a un milagro Necaxa, con sus 17 puntos, y no se diga Morelia y Veracruz, con 18, a pesar de que la prioridad de éstos era salvarse del descenso en la fecha 17. Todo un drama, salpicado de la emoción que despierta en muchos aficionados el morbo de la despedida de la máxima categoría.
No hay qué olvidar cómo en el torneo pasado el Monterrey –todavía con el dolor de haber perdido seis meses antes, en su reluciente estadio, el campeonato frente a Pachuca–, fue echado fuera de los ocho calificados por una combinación de resultados fortuitos, igual que el León, a pesar de que ambos clubes hicieron por su causa en el postrer partido con sonados triunfos contra Morelia y Cruz Azul, respectivamente.
Tijuana, bajo la dirección técnica de Miguel Herrera, es el que más se mantenido arriba en la tabla pero los Rayados de Monterrey y Toluca le han disputado el primer lugar en forma sostenida, mientras que el Guadalajara se cayó en una jornada decisiva, igual que el América, mientras que Santos de Torreón ha apurado el paso igual que el Atlas, y Pachuca sigue siendo una incógnita. Por tanto no hay quien arriesgue un pronóstico seguro, basados en el conocido axioma: “La lógica en el futbol mexicano es que no hay lógica”.