Mientras subía las escaleras para llegar al cuarto piso escuchaba el más florido vocabulario, esas palabras que a veces los mexicanos decimos con tanto gusto, pero que muy pocos saben donde pueden hacerlo.
Hombres y mujeres sienten una fascinación al usar la palabra “ver…” constantemente, como si fuera una competencia sobre quien la repite más veces.
Me abro paso entre jovenes sentados en las escaleras que no se mueven ante un “con permiso”, ni tampoco cuando mis pies intentan brincarlos como en carrera de obstáculos.
Más arriba, hay un bote de basura y aunque yo estorbe en su camino, un joven pasa casi sobre de mi para tirar un papel dentro de él, imitando un enceste de basquetbol.
Le dirijo una mirada de esas matonas que me echaba mi mamá durante mi niñez y juventud que funcionaba perfectamente, pero el adolescente ni se inmutó.
“Ya señora fue un accidente”, escuché de una voz femenina cuando subí la escalera y molesta no se si más por el movimiento del chamaco, el tono de la joven o lo de “señora” me regresé.
“No soy señora, soy profesora y deberían tener un poco más de cuidado”, pero no obtuve ninguna respuesta, así como tampoco la obtengo cuando en las mañanas les doy los buenos días.
En fin, en mis tiempos si te saludaban, respondías; si te decían “con permiso”, te quitabas” y si había mayores cerrabas la boca y no salían palabrotas, pero parece que las buenas costumbres ya pasaron de moda, o que como ya soy una señora estoy “out”.
De la página La Vida en Bettylandia