Lo vi y le tomé una foto cuando marchaba infiltrado en el contingente que había partido del Mercado Juárez. Por Ocampo, a la altura del Hotel Ancira, me llamaron la atención sus pelos parados y su chaleco de mezclilla sin mangas, y disparé la cámara. Eran como las cinco y cuarenta de la tarde.
Dos horas más tarde, aproximadamente, ese joven fue uno de los principales vándalos que destruyeron los vitrales del Palacio de Gobierno de Nuevo León. Que pateaba las puertas centrales de la sede del ejecutivo como poseído, y arrojaba objetos sin que un policía hiciera algo por detenerlo.
Ese personaje fue reconocido como “Susto Rodríguez”, según denuncias en redes sociales. Y estoy casi seguro que sigue libre o quizá huyó de la ciudad. No por nada: más de diez años seguramente se pasaría en la cárcel en caso de ser procesado y sentenciado.
Así, una histórica convocatoria ciudadana vía redes sociales en Nuevo León contra Enrique Peña Nieto se salió de control y terminó en salvaje y condenable vandalismo.
Como reportero quise ser testigo de lo que mi instinto de periodista me decía que iba a ser una protesta al estilo los XV años de Rubí, pero a favor de una causa y repudio al gobierno.
Multitudinaria convocatoria a través de Facebook y Twitter por organizaciones civiles que, por error, decidieron que dos de los grupos salieran de las jaulas de adictos del futbol (los estadios de Tigres y Rayados) que, guste o no, son violentos por naturaleza gracias al patrocinio de los dueños de los equipos.
Y prueba de ello fue la detención de un afiliado a “La Adicción”, la porra oficial del Monterrey. Un personaje desgreñado por civiles que obstaculizaron su huida en la Explanada de los Héroes. Un tatuaje del escudo del equipo de sus pasiones lo delató cuando era metido a una patrulla de Fuerza Civil.
Frente al Mercado Juárez, cuando apenas había menos de cien personas minutos antes de las cinco de la tarde, una mujer organizadora de la marcha pedía a unos jóvenes quitarse los pasamontañas y los paliacates que cubrían sus rostros.
A la altura de Juárez y Modesto Arreola, un video de Hora Cero captó cuando un grupo de vándalos con mochila en sus espaldas, seguro donde guardaban petardos, piedras y martillos que después fueron utilizados, se metieron a la caravana como infiltrados.
Más tarde, conforme avanzaba la mancha humana y su número se incrementaba, otros jóvenes con los rostros tapados se sumaron, como el de los pelos parados al estilo “mohawk”, mismo que frente a Palacio de Gobierno fue captado como uno de los principales responsables del grave daño al patrimonio histórico.
Con una violencia seguramente generada por alguna sustancia ingerida, “Susto Rodríguez” primero empezó a patear las puertas y luego se trepó para destruir el vitral del general Ignacio Zaragoza.
El fotógrafo de Reuters, Daniel Becerril, lo inmortalizó para las investigaciones de la Procuraduría de Justicia haciendo una pinta. Y videos de Hora Cero y otros medios locales también lo captaron convirtiendo un bote de pintura en un lanza-llamas cuando bajaba por Zaragoza a la altura de las oficinas del Infonavit.
Hubo también sociedad civil, no acarreada, no manipulada, que se unió al contingente en la avenida Juárez casi con Matamoros, como una pareja con una bebé cargada en brazos que fue tentada por el río humano y empezó a gritar con rabia: “¡Renuncia Peña Nieto!”. “¡No más impuestos!”. “¡Gasolinazos no!”.
En la Explanada de los Héroes había de todo: ricos, pobres, clasemedieros; del Tec de Monterrey, de la UdeM, de la UANL; de Contry, de la Linda Vista, de Solidaridad y San Bernabé; de San Pedro, Santa Catarina, Monterrey y Apodaca.
Las redes sociales demostraron su poder de convocatoria, en una noche que me recordó 1985 cuando se exigió la victoria de Fernando Canales Clariond. Tan igual como la violencia que hubo anoche, casi 32 años después, frente a Palacio de Gobierno.
Pero más la multitudinaria fiesta de quinceañera de una desconocida como era Rubí. Una muchacha del desierto potosino que Facebook la inmortalizó.
La duda antes de la Macroplaza, 5 de enero era: ¿por qué algo tan banal como un XV años podía convocar a un segmento de mexicanos y generar millones de reacciones y comentarios en las redes sociales? ¿Y por qué la burla y la pisoteada de los gobernantes no iba generar repudio y manifestación?
En particular, algo me decía que esa tarde-noche del primer jueves del nuevo año en Nuevo León sucedería lo que nunca. Y así fue por el bien del Estado, por el bien del país y por el bien de nuestros hijos.
Las multitudes de 1985 y de 2017 nadie me las contó, ambas las viví desde dos trincheras. La primera más como periodista que ciudadano… y esta vez más ciudadano que periodista. ¡Ya basta!