Designado para perder y echarle la culpa de la que podría ser –y será- la derrota más estrepitosa del Partido Revolucionario Institucional, el candidato presidencial José Antonio Meade Kuribreña, vivirá los próximos 57 días, en la zozobra del que lo ve todo perdido.
El cambio de dirigente nacional del PRI, medida que procesos electorales pasados se dio a días de destapado –designado por dedazo- el abanderado presidencial, más que una medida desesperada, es una acción ridícula y suicida.
Cambiar al inepto –así lo manejan los propios priistas-, Enrique Ochoa Reza, un burócrata sin militancia priista ni experiencia política y con el único atributo de ser amigo del presidente Enrique Peña Nieto y de Meade, faltando cuarto para las doce, con el barco a pique cargado como lastre seis años de un gobierno impopular y una docena de exgobernadores acusados de corrupción, no es una locura, es el suicidio.
Estos hechos sólo habla de una cosa, aún y con la llegada de René Bejarano, ex gobernador de Guerrero, a la dirigencia priista, Meade no levantará y se encamina a una derrota inminente, similar a la ocurrida en el 2000 cuando Vicente Fox Quesada le arrebató la presidencia de México tras de 75 años de gobierno priista.
Meade ni con fraude gana, y que ni se piense en ejecutarlo, porque nadie, ni dentro ni fuera de México creería en el milagro tricolor que haga de un perdedor, el ganón de los comicios del 1 de julio. Sería, en plata pura “insolting and unacceptabol”, parafraseando al filósofo Ricardo Anaya.
Hay tal malestar entre los priistas de la vieja y nueva guardia hacia el presidente y hacia Meade, no sólo por el reparto inequitativo de las candidaturas, sino por años de afrentas hacia las estructuras partidistas, los sectores y grupos de poder, desplazados por imposiciones de los tecnócratas y, obvio, por designación de un candidato presidencial ajeno al PRI y muy cercano al PAN.
Sencillamente en cada estado y municipio los priistas pelearán por salvar sus posiciones, con ocho de nueve gubernaturas ya casi perdidas, además de elección presidencial y cientos de alcaldías y casi una veintena de congresos locales, mientras que en el Senado y la Cámara de diputados será a partir del 1 de septiembre la tercera bancada legislativa.
Es Igualito o peor, a cómo le tocó bailar al PRI en el.2000, cuando el presidente Ernesto Zedillo inhabilitó a los priistas para operar en las elecciones, y dejó el campo libre para el arribo del PAN y su docena trágico, con dos sexenios fallidos.
¿Qué quedará pues para los priistas más allá del 2018? Un largo y sinuoso camino, en el que ya sin su Tlatoani, su Jefe Máximo, puedan reagruparse, curar sus heridas y recomponerse para los próximos años en que serán oposición en casi todo el país.
Si bien no murió el PRI tras 12 años de administraciones panistas, probablemente no lo hará en el próximo sexenio, ya sea quien gobierne el país la izquierda con Morena o la derecha, con el PAN.
Los tricolores ya aprendieron de la experiencia pasada, Se mantendrán agazapado por un tiempo, recomponiendo sus filas y liderazgos regionales y nacionales. Buscando a quien alce la mano y se diga dispuesto a sumar a todas las corrientes y seguir operando política y socialmente, su triunfo en el 2012 con Peña Nieto, así lo demostró.
Si el próximo presidente, ya sea Andrés Manuel López Obrador o el panista Ricardo Anaya no lo liquida, le da la estocada final con acciones judiciales y políticas contra prominentes priistas, cacicazgos bien arraigados en todos estados, el priismo renacerá.
Tardará tiempo, pero lo hará.