En estos días que las elecciones del 2 de junio están a la vuelta de la esquina vemos hasta en la sopa los rostros sonrientes de los candidatos que buscan el voto de los ciudadanos, pero muchos ya no creen en ellos.
No descarto que algunos buscan llegar para ayudar al pueblo, aunque no todos tienen el mismo objetivo, pero de que hay quienes tienen buenas intenciones, los hay.
Como buena estudiante de Ciencias de la Comunicación una de mis responsabilidades era estar informada del acontecer actual y cada día leía el periódico.
Por ahí del 2007 mi hermana fue diagnosticada con una enfermedad cardíaca que requería una operación y para nosotros que no teníamos IMSS, ISSSTE, Seguro Popular o los recursos para costearla era imposible.
En varias ocasiones había leído que un funcionario municipal ayudó a personas que enfrentaban alguna situación difícil.
En esos momentos todo representaba una esperanza y aunque aún no era periodista, conseguí el número telefónico de este servidor público y tras escucharme, nos citó en el consultorio de un médico.
Luego de una evaluación y consulta que no tuvieron ningún costo para nosotros, el doctor confirmó el diagnóstico y después de algún tiempo, el titular de una secretaría en el municipio había conseguido todo lo necesario para la cirugía de mi hermana, en Monterrey, Nuevo León.
Ella fue operada en el Hospital del Niño en Saltillo, Coahuila, en una fecha programada mucho antes que la que se tenía para Monterrey, pero es un hecho que recibimos la ayuda y atención de esta persona, sin medios de comunicación que difundieran la noticia y sin que firmáramos nada.
Después este personaje contendió por un cargo de elección popular y cuando lo supe, sin buscar obtener nada, más que corresponder a su generosidad, acudí a su comité de campaña para colaborar en lo que pudiera.
Me integraron en la “avanzada”, que consistía en “abrirle” las puertas al candidato para que pudiera pasar casa por casa a dar a conocer sus propuestas.
También me tocó pegar calcas, ondear banderas y regalar vasos, pero el sol y el calor vespertino no me pesaban porque mi motor era el agradecimiento que sentía por él.
Cuando llegó el fin de semana me preguntó que si ya me habían pagado, ¡había un pago!, díganme ignorante, inocente o tonta, pero yo no lo sabía, así que dio indicaciones para que me otorgaran lo correspondiente a mi jornada de trabajo.
Llegó al cargo que aspiraba y después a otro, pasaron los años y cuando coincidíamos me preguntaba por la salud de mi hermana y mi mamá, cualquier otro, ni siquiera me hubiera contestado aquella llamada telefónica que hice desde un teléfono público de tarjeta.
También creo que el tiempo, el medio y las circunstancias pueden cambiar a las personas, pero si conserváramos algo de empatía, bondad, amor al prójimo y ganas de ayudar seríamos mejores personas… incluidos nuestros políticos.
De la página de Facebook: La Vida en Bettylandia