En todo este rollo de las redes sociales se ha popularizado un término llamado “hater” que, de acuerdo a la definición de uno de los muchos diccionarios en línea, se trata de “personas que muestran sistemáticamente actitudes negativas u hostiles ante cualquier asunto. La palabra hater, como tal, es un sustantivo del inglés y se puede traducir como persona ‘que odia’ o ‘que aborrece’. También se puede verter al español como ‘envidioso’, ‘odioso’ o ‘aborrecedor’”.
Aunque muchísimas cosas me irritan en la actualidad: el gasolinazo, la estupidez de todo el gabinete de Peña Nieto, la doble moral de la sociedad y otras decenas de asuntos más, no me considero como un “hater” que toma las redes sociales por asalto para despotricar por todo lo que sucede.
Como lo escribí en una pasada colaboración (por cierto, un abrazo a Augusto Juárez, gracias por sus palabras), el Facebook, Twitter y otros medios de comunicación cibernética sólo los uso para echar relajo con mis amigos y familiares, pues no creo que sean los medios que van a llevarnos por el camino del cambio que necesita nuestro país.
Sin embargo, no puedo estar ajeno al alud de opiniones que siguen levantado las manifestaciones de repudio que han generado en nuestro país las palabras y acciones que ha implementado el presidente de Estados Unidos, Donal Trump.
Comprendo que la gente quiera opinar y desahogarse… de hecho las redes sociales son la vía perfecta para hacerlo.
Incluso, puedo entender que haya quienes quieran organizarse para realizar manifestaciones de protesta como las que hace un par de días acaban de llevarse a cabo en muchísimas ciudades del país.
Sin embargo, y con el riesgo de sonar como un “hater”, debo de decir que estas concentraciones las considero ejercicios bastante inútiles que no dan para más que para ofrecer una buena foto en las portadas de los periódicos.
Antes de que me linchen, denme la oportunidad de explicarme: Aunque estas concentraciones son positivas, pues ayudan al tan necesario fortalecimiento del sentimiento de unión entre la sociedad mexicana, al tratarse de una protesta en contra de un mandatario extranjero, no deja de ser un evento efectista.
Dicho sea más sencillo: Donald Trump ni se despeinó cuando miles de mexicanos se congregaron a las 14:00 horas para cantar el Himno Nacional Mexicano. Es más, puedo asegurar que este enorme esfuerzo de miles de connacionales no pasó de ser un breve informe en la pantalla del presidente norteamericano.
Qué bueno que los mexicanos estamos unidos para regresarle a Trump todo ese odio y desprecio que siente por nosotros y que nace de los malditos traumas e inseguridades que impulsan a todos los racistas de este mundo.
Sin embargo, si los mexicanos queremos herir a Trump y a Estados Unidos, si realmente queremos hacerle daño a sus políticas xenófobas, hay que pegarles en dónde en verdad les duele: el bolsillo.
Les estoy hablando de un verdadero veto económico a los productos norteamericanos allá, en su territorio.
Porque es cierto, dejar de comprar en Walmart, HEB, Starbucks y otras franquicias gringas en nuestro país sólo representa un balazo en el pie para los mexicanos, pues al hacerlo estaríamos dejando sin trabajo a miles de personas, además de que se acabarían los pocos o muchos ingresos en impuestos que estas tiendas representan al país.
Vamos a hacerle daño a los gringos racistas dejando de viajar, comprar y consumir en las tiendas de aquel lado de la frontera.
Si alguien duda que ese es el camino para tumbar al gigante, les pido que vean este dato: las ventas apenas han caído un 20 por ciento en el valle de Texas y los comerciantes de aquel lado ya están en pánico.
Y que conste, este veto no se parece ni tantito al de las franquicias en México, pues estamos hablando de comercios que se encuentran ubicados en Estados Unidos, que todos sus ingresos y ganancias se quedan en Texas… en pocas palabras, que no dejan ni un chicle mascado a nuestro país.
¿Que va a haber “víctimas colaterales” (o sea empresarios mexicanos que tienen negocios allá) con esta idea? Ni modo. Esas personas decidieron abandonar el país, llevarse sus inversiones, sus empleos y sus impuestos a una nación extranjera. Si lo hicieron por la inseguridad o la crisis, es harina de otro costal.
Respeto a todos los que salieron a cantar el Himno Nacional en las plazas públicas de México para exigir respeto a nuestra nación, sin embargo respeto muchísimo más a los que son congruentes y decidieron dejar de correr a McAllen cada fin de semana o de quincena a llenar las cajuelas de sus autos con productos norteamericanos.
Los norteamericanos y sus políticos tienen un talón de Aquiles y ese es el bolsillo, entonces ahí es donde los mexicanos tenemos que pegarles.
Que nos extrañen, que sufran, que lloren añorando los años cuando miles de los nuestros llenaban los pasillos de sus tiendas y sus cajas registradoras.
Si eso sucede, van a ver cómo todo su racismo y odio a la piel morena se acaba en menos de lo que Trump tuitea una estupidez.
diasdecombate@hotmail.com