En cinco semanas he entendido varias cosas: un asintomático de Covid-19 no es un enfermo grave, sólo pide a Dios que en 14 días el virus no se manifieste severamente en su organismo, y tiene todo el derecho de invocar a Dios y hacer públicas, o no, sus plegarias. Y si es reportero debe escribir una crónica del encierro, aclaro, no de una enfermedad inexistente.
Cuando al final tenemos el resultado negativo sin haber tenido ni un síntoma, jamás nos debemos considerar guerreros que derrotamos el virus, y tampoco somos sobrevivientes al Covid-19. Cierto, seremos parte de una estadística estatal, nacional y mundial.
Otros son los que tuvieron aunque fuera un síntoma por mínimo que pudo ser como el perder el oltafo o el gusto. Ellos doblemente invocaron a Dios para que los demás síntomas no aparecieran.
En otra dimensión están los que por puro milagro tuvieron todos o casi todos los peores síntomas y los superaron en casa o en un hospital sin llegar a ser intubados. Y nunca olvidarán y contarán su pesadilla.
Luego están los muy graves que por falta de oxigenación debieron ser intubados y fueron conectados a un ventilador y, con buena suerte, fortaleza física, sin otros padecimientos y bendición de Dios, estuvieron atendidos por personal médico capacitado. Y días después salieron como verdaderos ejemplos de que se puede derrotar al Coronavirus.
Por último están los que se agravaron en casa o en el trayecto a un hospital y fallecieron recibiendo los primeros auxilios; y muchos que combatieron días o semanas y perdieron la batalla en terapia intensiva. Por eso no hay que dramatizar ni protagonizar papeles que no nos pertenecen.