Quiero contarles algo que me sucedió hace muchos años cuando fui conductora titular del noticiero del mediodía en Televisa. Como todos, soy humana y cometo errores, pero también estoy consciente de que, los errores (u horrores) que se cometen a cuadro, al aire y en vivo, tienen repercusiones exponenciales. Como persona, como mujer y como madre, hay ciertas notas que me rebasan porque me afectan y eso complica guardar la objetividad o incluso la ecuanimidad indispensable en el periodismo profesional.
Esas notas por lo general son las que se refieren a abusos cometidos contra niños, mujeres, ancianos o animales. Aquel día se trataba de unos niños. El reportero que me presentaba la nota en tiempo real estaba haciendo un trabajo extraordinario: Primero presentó a una mujer jóven, angustiada, sumamente estresada, con la voz entrecortada que acusaba a su marido de abusar sexualmente de sus propios hijos pequeños, decía que se los llevaba con él a una casa en construcción donde además grababa y guardaba en una laptop videos de sus abusos. No se encontró la computadora en cuestión, pero sí la casa a la que la mujer se refería, una construcción en obra gris, sin muebles, completamente vacía.
Dando seguimiento continuo a la información, el reportero fue hasta una clínica privada donde se iban a realizar algunos exámenes físicos y psicológicos a los niños para saber si la acusación era cierta, pero mientras se esperaban los resultados, se encontraron un cuaderno escolar de uno de los menores en el que había dibujos perturbadores que parecían representar escenas de abuso sexual. Luego, obtuvimos una fotografía tipo pasaporte del sujeto acusado por la esposa. A mí me hervía la sangre, sentía rabia e indignación, y esos sentimientos me empujaron a cometer un grave error. L poner la foto en pantalla yo dije: “¡Ahí tenemos la cara de un pederasta!”
Para mi sorpresa y a pesar de toda la evidencia, al día siguiente la mujer retiró los cargos, dijo que se había equivocado, que estaban teniendo problemas conyugales y que por eso, en un ataque de nervios, había pensado y dicho que su marido abusaba de los niños. Yo pensé que la habían amenazado, que habían comprado su silencio, que simplemente le estaban dando “carpetazo” al hecho Independientemente de que yo creyera o mei instinto me dijera que el abuso sí había sucedido y lo estaban silenciando de algún modo, mi error no tenía justificación…yo, equivocadamente ya había dicho públicamente y sin rodeos, que el hombre aquel era un pederasta. Yo, ya lo había juzgado y condenado con mi comentario y porque omití decir la palabra clave: “presunto”. Por lo tanto se me exigió una disculpa pública. Eso no hubiera pasado si en lugar de decir “”Ahí tenemos la cara de un pederasta” y hubiese dicho “Ahí tenemos la cara de un PRESUNTO pederasta”.
La palabra “presunto” es muy importante e indispensable en el manejo de notas rojas o relacionadas con cualquier tipo de crimen. Los periodistas estamos para informar no para juzgar. Yo cometí un error que me costó caro y solo gracias a que la familia en cuestión ya no quiso hacer el pleito más grande, fue que yo no tuve que enfrentar consecuencias legales, como demandas por difamación y calumnias. Tampoco el hecho de que la esposa fuera quien lo acusó y luego se retractó me libraba de las serias consecuencias de mi error. Ofrecí una disculpa pública a cuadro y en vivo al día siguiente y me sentí muy mal, porque sabía que me había dejado arrastrar por mis emociones. Eso no me libró de las críticas del público tanto como de algunos colegas míos que comentaron y señalaron mi grave error en columnas de periódicos y otros medios. El tema de mi imprudencia y falta de profesionalismo era indefendible, tenían razón. Los errores cuestan y a las palabras no se las lleva el viento. Desde entonces, hasta en mis conversaciones personales procuro usar la palabra “presunto” o “presuntamente”…como diciendo “esto es lo que sé, pero no me consta y yo no soy quien para juzgar”….Puedo analizar un hecho, pero nunca juzgar y condenar a una persona.