Finalmente llegó el momento de la despedida que, debido a la pandemia fue de manera virtual, por Zoom.
La maestra, seis niños y mi primogénita, que reía ante las ocurrencias de otros niños y aprovechó para platicar que le habíamos comprado un collar a uno de sus gatos, conversaron por, alrededor de 40 minutos. Cómo dicen los memes: “todo era risas hasta que…” llegó la parte seria y emotiva, la inevitable, aquella en donde la maestra se despedía pero les hacía saber a los pequeños lo mucho que los apreciaba.
“Quiero que me prometan que van a ser unos niños muy listos, muy estudiosos y que van a poner mucha atención en sus clases”, les dijo mientras disimuladamente se tocó la nariz, quizás porque, como dicen por ahí, se le aflojó el moco, o porque una lagrimilla escurridiza se deslizó cerca, pero en se escuchaba una voz diferente, así como cuando se junta en tu garganta con las ganas de llorar.
Después recordó que recibió a la mayoría de estos niños cuando eran muy pequeñitos, pues con tan solo tres añitos ingresaron a primer grado, mi niña entro de cuatro a segundo y con seis culminó tercero y todo este tiempo, está maestra los vio crecer.
No pasó mucho rato para que yo empezara a llorar, mi niña solo me veía pero no pregunto nada y yo tampoco le di explicaciones.
Varios “te quiero mucho maestra” cerraron la sesión y después llegó la notificación del fin del grupo de WhatsApp, ese que sirvió para notificar sobre tareas, bailables, convivencias, regaños, llamada de atención, felicitaciones y a veces, uno que otro chascarrillo.
“Grupo creado el 21 de agosto del 2017… los quiero mucho generación 2017-2020”.
Y así termina esta etapa, que aunque concluyó oficialmente ya hace algunos días, se había postergado la despedida.
Ahora son muy pequeños para entenderlo, pero cuando sean grandes recordarán esos primeros días de escuela, donde estuvieron con una docente de preescolar que no solo les enseñó a recortar, a sumar, restar y a escribir su nombre.
Algunas veces tuvo que consolar, limpiar mocos, ayudar o quizás hasta enseñar a ir al baño, mostrar como agarrar un tenedor, abrigar niños o escuchar historias.
Seguramente, su objetividad fue rebasada por los latidos de su corazón cuando recibía un beso, un abrazo, un
detalle o cualquier muestra de agradecimiento, de esas que son las más puras, sinceras y desinteresadas: las de los niños.
Gracias por todo eso, gracias por ser los ojos de quienes le confiamos a nuestros tesoros más preciados: nuestros pequeños.
Gracias por abrazarlos como nosotros lo haríamos, por consolar como hubiésemos querido, por eso, más que merecidos fueron los “mamá” con los que, seguramente algún pequeñito la llamó.
No nada más se ganó el corazón de mi hija… el mío también, gracias por todo.