“¿Qué sería de esta situación nos hubiera pasado en los noventas?”, le preguntaba a una amiga; quizás hubiéramos repetido el año, quizás los maestros nos llenarían de copias o la encomienda hubiera sido terminar la “Guía Práctica”, un libro grueso, enorme, que incluía todas las materias que veíamos.
Lo que sí sé es lo que pasa ahora, es cierto que muchos niños y jóvenes no tienen acceso a la tecnología, que muchos pequeños no cuentan con la asesoría y supervisión de sus padres porque muchos aún trabajan y deben llevar el sustento a casa.
Pero, ¿qué pasa con los estudiantes más grandes, preparatorianos y universitarios que no necesitan de sus padres para hacer sus tareas, que cuentan con acceso a internet y una herramienta para trabajar?
Desde que empezó la contingencia he escuchado y leído su inconformidad, su enfado y su fastidio sobre las clases en línea.
Qué si no aprenden, qué si no es lo mismo, qué si extrañan las clases presenciales… ¡¿clases presenciales?!, ¿esas mismas a las que llegaban tarde?, ¿a las que no entraban?, o ¿en las que parecía que se iban a comer al maestro porque no les importaba pegar tremendo bostezo aunque estuvieran casi frente al escritorio?… ¡ah, ya! De esas clases hablan.
Para nosotros como docentes también ha sido difícil, muchos no dominamos la tecnología, pero hemos tenido que hacerlo, primero porque es nuestro trabajo y para eso nos pagan, y segundo, porque nos interesa su aprendizaje.
Algunos utilizan presentaciones, videos, archivos en Word, otros en PDF… ¡Dios en PDF!, si, esos PDF’s que tanta hueva les dan, ¡imagínense que hubieran tenido que cargar con manuales impresos que hacían nuestras mochilas tan pesadas como piedras.
Otros impartimos la teoría, la explicamos y damos ejemplos, ¡me encantan los ejemplos!, son como un chisme bonito, útil, vivencias que les ayudarán a aprender, cosas que yo aprendí en la calle, pero en fin, no a todos les interesan.
Porque ¡qué hueva las clases en línea!, que flojera estar en la comodidad de mi cama, en mi casa, teniendo que ahorrarme lo de la gasolina, lo del pasaje, que flojera que pueda dormir un poco más, que flojera que tenga que investigar desde mi computadora y tener todo a la mano… ¡Dios no aprendo!, ¡qué flojera!
Estimado alumno, entendemos que estés cansado de estar en casa, de no salir y de no ver a tus compañeros de clase, a muchos de los cuales no les hablabas, les tirabas grilla o te caían gordo.
Entiendo que no puedas ver a ese maestro que te dejaba un chorro de tarea, de clases aburridas, al que “troleabas” aprovechándote de su edad, ¡te entiendo!, pero el aprendizaje depende únicamente de ti, de tus ganas, tu sed y tu hambre de conocimiento.
Depende de con qué tanta flojera te levantes el día de hoy, así que tu decides si conviertes esto en una debilidad o fortaleza.
Aún así, hay alumnos que participan tanto en clases presenciales como en línea, esos de trabajos excelentes y actitud positiva, para ellos, una felicitación.
No es el Coronavirus, no es la escuela, no es el maestro, ni el Zoom, ni el Chamilo… eres tu, querido alumno.