En la primaria era bastante flaquita, pero con el uniforme creo que nadie lo había notado, hasta un día en el que, el profesor de Educación Física nos pidió que lleváramos un short para cambiarnos.
Ese día se burlaron mucho de mí, yo estaba como en cuarto grado y hasta ese momento nadie me había comentado nada sobre mi cuerpo.
Recuerdo que dijeron que me parecía a “Rocky, el canguro boxeador” y nunca supe de qué hablaban, hasta hoy que lo googleé y vi que es una película de 1978, pero incluso ese canguro piernas más llenitas que yo.
Mi pelo era muy largo y mi mamá me peinaba con una trenza, así que por seis años tuve que aguantar jalones de cabello y cuando me hacía dos, tenía que chutarme las comparaciones con la “India María”.
Había una compañera que acababa de llegar a la ciudad y eran tiempos en los que las familias no tenían muchos recursos, aparte, en la escuela ni si quiera existía un uniforme de invierno, así que ella todos los días llevaba un pants azul, hasta que los demás niños le pusieron atención y se burlaron.
Ya en secundaria vi cómo muchos compañeros sufrían “bullying”, término que por supuesto, no conocíamos.
A los obesos les decían gordos, a los de poca estatura, chaparros; las altas eran jirafas, a uno le decían indio, por el lugar de donde venía, a una compañera le decían “bochito”, creo que por su baja estatura y silueta llenita; obviamente quienes lucían “amanerados” o mostraban una preferencia diferente a lo que estábamos acostumbrados a ver también la llevaban.
Actualmente las cosas han cambiado, se ha luchado mucho por lograr la aceptación, tolerancia y los derechos de todos y se habla sobre la importancia del respeto.
Todo está muy bien, sin embargo, a pesar de todo esto, la vida real es difícil, es cruda y por más que se luche contra todo esto, no es un mundo rosa o de caramelo.
De una forma u otra, quienes crecimos en esa época supimos que, después de la escuela, en el mundo adulto, habría muchas cosas a las que nos tendríamos que enfrentar, porque íbamos a tener obstáculos, nos íbamos a caer, a raspar, nos iba a doler y tendríamos que levantarnos.
Quizás fueron ensayos para la vida y nos sirvió para darnos cuenta de que no le íbamos a agradar a todos, pero que lo más importante es que nos agradáramos a nosotros mismos.
Con el paso de los años gané peso, quizás más de lo que hubiera deseado y esas piernitas flacas ya no lo son, una amiga incluso, dice que tengo chamorros de bolillo.
Mi amiga foránea volvió a cambiar de ciudad y formó una preciosa familia, pero desconozco que tan extenso sea su guardarropa, cosa que seguramente a ella tampoco le importa porque descubrió que había cosas más importantes que esas.
Algunos gordos bajaron de peso, otros siguen siéndolo, pero ahora sabemos que con dedicación, constancia y asesoría profesional, y médica si es necesario, podemos cambiar nuestros hábitos. Algunos chaparros crecieron y otros siguieron siéndolo, es más, a un compañero le decíamos “Aluche” y ¿qué creen?, en ocasiones el se sigue presentando como tal.
Otros aceptaron su sexualidad, dejaron de esconderse y ahora lo externan con orgullo, cambiaron su apariencia y hasta su nombre.
Fue una etapa difícil, pero estoy segura que cuando salimos al mundo estábamos listos para afrontar lo que viniera, porque no existió una burbuja en la que pudiéramos aislarnos, porque a muchos, nuestros padres en lugar de mimarnos nos enseñaron a ser fuertes, a no quedarnos callados, a defendernos, a veces a la buena o a la mala.
A ninguno nos dio ansiedad porque nos insultaran en redes sociales… ¡oh, esperen!, ¡no había redes sociales! Los insultos eran reales, directos, en los pasillos, en las canchas, en los salones y tenías que sobrevivir a ello; y nos hicimos fuertes.
Muchos seguimos en contacto, a veces riéndonos de nosotros mismos, disculpándonos por lo dicho o por nuestros actos, y a veces, hay que decirlo, pensando en la “generación de cristal”, tan delicada, tan frágil, tan “mazapán” dice un conocido.
Mientras puedan amortiguarles los golpes y hacer más blandos los tropiezos ¡qué padre! El problema vendrá cuando, el día de mañana, deban enfrentarse al mundo real, que ojalá, sea mucho más amigable.
Mientras tanto hay que criar hijos fuertes, prepararlos para el día en que no estemos a su lado o bien, para cuando la burbuja se reviente.