Por el centenario de El Porvenir, gracias a las redes sociales como Facebook, hoy podemos rememorar lo que sucedió tras bambalinas mientras se contaba la noticia.
Las valiosas anécdotas que comparten las personas que entregaron sus horas, días y años, además de sus sueños a la pasión de informar, hoy son parte de este rompecabezas incuantificable.
Es enriquecedor y agradable el acercamiento a sus plumas expertas de las cuales se puede aprender mucho, que te trasladan a la sala de redacción, que fue la misma que la mía.
Al leerlos, me siento pequeña pero no menos valiosa porque logré lo que muchos de ellos dudaron, y siendo honesta a mi también me parecía imposible durante mi inicio en El Porvenir.
Para ser parte de la cuadrilla de reporteros, presenté dos exámenes de admisión. El primero no lo aprobé, el segundo sí.
Recuerdo que ya estando dentro y con fuentes asignadas que cubrir, aunque sin firmar el contrato definitivo, tenía tanto miedo que me echaran por ser neófita en redacción.
Pero siempre fueron amables conmigo todos los compañeros, hasta su dueño, Gerardo Cantú que siempre saludaba con una sonrisa simpática; mientras tanto Gerardo Fabela y Aldo Morales, fueron tajantes, aunque nunca groseros, en mencionar mi gran carencia, que más que vergüenza, era mi mayor reto.
El editor de la sección de cultura Aldo Morales Salazar, me dijo: ¿qué estás haciendo aquí si no sabes escribir?, a lo que le respondí: “un día vas a pedir que te firme un libro del que yo sea autora”, y Rolando Macías sonrió burlándose de Aldo.
Eso aún no pasa, pero Aldo tenía razón, no sabía escribir. Gracias a Rolando que me fue guiando durante el proceso, con tips fáciles de digerir, hasta que se convirtieron en notas bien redactadas, que fueron parte de un camino largo, pero del que estaba orgullosa recorrer.
Les confieso que me mareaban las declaraciones repetitivas de los políticos que no iban a ninguna parte, como la que se puso de moda: “Estamos para sumar, no para restar”, y las laberínticas declaraciones de Ivonne Álvarez en temas de seguridad.
Quería migrar a cultura, pero no me apetecía cubrir los fines de semana eventos sociales. Quizá debí pagar el precio, pero estoy convencida que mi meta era otra.
El momento de mi graduación fue cuando me mandó hablar Fabela y me pidió que le hiciera una nota que no estaba en mi asignación, me estaba vigilando porque tenía la sospecha que alguien más hacía mis redacciones y me las enviaba por correo electrónico.
Después de unos días de prueba me felicitó por lograr mi sueño tan anhelado: enseñarme a escribir. Me confesó que creía que jamás iba a suceder.
Vi la luz al final del túnel y me sentía capaz, más no realizada. Había más caminos desconocidos por recorrer, nuevos retos se podían presentar, pero la base estaba firme; aunque debo confesar que sigo aprendiendo de las letras que son una fuente interminable de creatividad.
Siempre perseguí la pluma libre y no la nota diaria, pero eso no quiere decir que no admire a quienes continúan en el oficio de manera exitosa, como veo a muchos de mis contemporáneos.
Algo dentro de mí enciende la empatía y les doy mi reconocimiento a quienes son los dueños de la calle, porque conocen sus rincones, sus atajos donde dejan fluir su adrenalina que los llevan a caminos y acontecimientos privilegiados, siempre preparados para contarle al mundo lo trascendental que a su paso encuentran, con la mayor calidad literaria posible.