En el futbol los analistas son futurólogos, y sus predicciones no son más válidas y certeras que las de los videntes, que pueden anticipar catástrofes observando el curso de los astros.
La victoria de México sobre Estados Unidos, en el juego de vuelta en el hexagonal eliminatorio de la región, recordó aquellas alegrías lejanas cuando patearle el trasero a los gringos en el futbol era tan común como corriente.
La estampa es irrepetible: sobre el minuto 82, Miguel Sabah da el punterazo de la victoria al Tri, mientras Landon Donovan, tendido en el suelo, afuera de la cancha, observa desde el mejor lugar del estadio, la bellísima estampa del balón que entra, cegador como un disparo, en la cabaña de Tim Howard.
Nadie está enterado que apenas un día antes, estuvo en Guadalajara Barack Obama, presidente del planeta para regatearle a México recursos del Plan Mérida y exigirle al ejército tenochca que entregue pruebas de respeto a los derechos humanos de su población.
Nadie se entera porque a nadie le importa. La política mexicana está distanciadísima del pópulo, indiferente a lo que hacen los gobernantes que viven en jaulas de cristal y gobiernan desde torres de marfil. Menos van a enterarse de política internacional y los intentos cada vez más insistentes del águila calva por meter sus largas garras en Latinoamérica y México. Para el aficionado al futbol, la geopolítica está a años luz, viajando a trote de mula.
Lo que vale ahora para el mexicano es la necesidad imperiosa de una victoria, el gozo tan postergado de un festejo que se había negado, carajo, en alguno de esos torneos serios, desde que Estados Unidos –encabezados por Donovan, siempre Donovan– hizo trizas el membrete del gigante de Concacaf y se lo engulló de un bocado en Japón-Korea 2002, al derrotar al Tri 2-0.
Hace poco, apenas el 26 de julio, la selección B de México le metió 5-0 a la C de EU. La victoria fue como un panfleto de propaganda positiva que le dio algunos watts de energía al entrenador Javier Aguirre, que tenía los bonos muy abajo, tras un arranque torpe en la eliminatoria rumbo a Sudáfrica 2010. Fue un triunfo disfrutable, pero de esos de mentiras, porque la Copa de Oro no representa nada.
Pero en el juego del miércoles 12 de agosto –de esos que sí importan y valen– México tuvo una actuación estelar, inédita en la era del Vasco. El tísico dio un salto del camastro y comenzó a bailar tap. ¿Dónde estaban estos jugadores? Hacía mucho tiempo que el combinado azteca no hacía valer su jerarquía de anfitrión.
Antes de ese partido, los visitantes venían y orinaban en el patio y abrían sin permiso la alacena. No había perro guardián que lo impidiera. Ahora se observó que México se impuso e hizo sentir su presencia a los extranjeros, dándoles empellones, como intrusos y tratándolos como se debe a los enemigos: simplemente como cizaña que necesita ser abatida sin contemplaciones.
El futbol se nutre de historia, pero sobrevive gracias a la amnesia que padecemos la mayoría de los aficionados en todas las latitudes. Por eso, por ahora, el público mexicano festeja y el norteamericano se lamenta, más Donovan, el superatleta californiano, que habla perfecto español y que ha nutrido en años recientes el encono futbolero binacional con declaraciones acrimoniosas sobre la calidad del baliompié tricolor.
Ahora, el arrogante goleador del Galaxy puede preguntarse como lo hacen sus paisanos refiriéndose a los migrantes que llegan del sur del río Grande: ¿Are you mexican or mexican’t?
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