En el lenguaje empresarial y capitalista, el capital de las empresas no está en el mismo bolsillo que el capital de los empresarios. Ni siquiera Hacienda los revuelve… unos son personas físicas, lo otro personas “morales” (nada que ver con el concepto ético de la moral… es solo un término fiscal).
La ayuda no es para los empresarios, sino para las empresas, para apuntalar la responsabilidad social de sostener las decenas de miles de empleos a pesar de la suspensión de la producción y la ausencia de ingresos utilidades, pero continuando con el pago de impuestos y servicios.
Y sí, probablemente a los muchos empleados del sector privado, mismos que corresponden a la muy vilipendiada clase media, a los llamados wanabís, a los “godinez oficinistas”, a los “gutierritos”, los que viven de crédito y se mueren pagando –los eternos olvidados–, a todos esos que por querer “progresar” y “vivir mejor” viven fuera de su presupuesto, a todos esos se los va a cargar el payaso (como siempre). Ese mundo habitado por los asistentes, los gerentes, los vendedores por comisión, los coordinadores, los supervisores, los representantes, los empleados de confianza, los profesionistas independientes, los oficinistas, los maestros paticulares, los artistas, etc. A los clasemedieros ni los arropa el gobierno ni los protegen los ricos por sus propios medios.
Finalmente el problema no es el escaso dinero o la falta de utilidades durante este periodo de encierro, sino el prolongado tiempo que durará esta epidemia/pandemia… el tiempo es irreversible y no renovable que parece eterno cuando solo se escucha el zumbido de las moscas luego de que las cortinas de acero cierran los aparadores de los negocios familiares, o apagan las luces de los inúsculos cubículos en las oficinas multitudinarias.
Cualquier recurso es limitado en función del tiempo… pero el hambre no espera, como tampoco esperan los recibos de la electricidad, del gas, de la renta. Todavía no se han inventado las recetas para hacer tacos de resilencia y con ello alimentar a los hijos o pagar sus colegiaturas. Sí, esos que se tardan treinta años en pagar sus casas y cinco en pagar un automóvil… los que compran sus trajes de oficina cuando hay ofertas en los centros comerciales, y sus esposas adquieren sus zapatos de moda con la vecina que los vende por catálogo.
La clase media siempre ha estado en esa posición, en la que parece desmembrarse entre las fuerzas que le estiran en direcciones contrarias. Ese lugar indefinido en el que se está lo suficientemente cerca de la pobreza para ver cuánto se puede perder y lo suficientemente cerca de la abundancia para poder ver todo lo que no se puede alcanzar. Habrase de recordar que la clase media también es pueblo.