Hace algunos años, Paco Ignacio Taibo II publicó “Temporada de zopilotes”, un texto bien documentada sobre un período vergonzoso para los mexicanos: la “decena trágica”, a principios de 1913. Desde nuestra actualidad, entendemos aquellos días a través de lentes heroicos, dramáticos, trágicos, pero no deja de ser un cuento contado al calor de la hoguera. Hay magia en la historia porque en aquel tiempo éramos otros, respirábamos otros aires, veíamos de otra manera. Un anciano jinete, que fuera gobernador de Nuevo León, cargando contra la tropa. ¡Qué imagen más épica! Pero hoy hasta descripción objetiva de aquellos hechos es sólo una ficción apasionante. Llamar a esos tiempos “temporada de zopilotes” es apenas un indicio de aquella realidad.
Un siglo antes, el 16 de septiembre de 1810, no sabemos lo que pensó la feligresía madrugadora en la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, en la intendencia de Guanajuato. Hoy podemos revisar antecedentes que pretenden explicar el inicio del movimiento de independencia, pero no estamos en los huaraches del campesino que, después de santiguarse frente al altar, salió a la calle, empuñó su machete y la emprendió contra los “gachupines”. Vivimos esa primera revolución mexicana durante once años. Nosotros, a pesar de que nos inflamemos de fervor patrio y gritemos “vivas” hasta la afonía, tampoco entendemos qué pasó, pero sí comprendemos que esa época también fue “temporada de zopilotes”.
La otra revolución fue larga y penosa, un conflicto entre liberales y conservadores, centralistas y federalistas, con detalles heroicos también, e incluso chuscos, como el que los conservadores ofrecieran el trono de México a un príncipe austriaco que era liberal. No tan salvaje como los nuestros, pero liberal al fin. Fue otra larga y cruenta “temporada de zopilotes”. Ahora nos sentimos orgullosos de ese pasado heroico, pero es un orgullo muy cómodo, porque estamos a salvo en la distancia. No lo entendemos hoy como lo entendimos entonces. Y aún en ese entonces no lo entendimos cabalmente. La “bola” revolucionaria de 1910 fue más elocuente.
Este 15 de septiembre, como no vamos a salir a “dar el Grito”, y como no va a haber (se supone) antros donde nos embriaguemos con patriotismo y alcohol hasta perder la noción hasta de la ciudadanía, sería bueno voltear a ver este México que nos toca hoy. Tres grandes revoluciones y ninguna ha hecho justicia. Miles de muertos, mártires de ideales que ni siquiera entendían bien. Las causas de tanta lucha siguen siendo las mismas que sufrieron aquellos héroes involuntarios: una profunda desigualdad social y cada vez más profunda.
Pero, ¿la 4T es una nueva revolución? Tal vez eso sea lo que pretende ser. Yo no apostaría a tanto, aunque sí hay por donde quiera indicadores de que en verdad se intenta un cambio radical en México. Antes de Hidalgo, antes de Juárez, antes de Madero, vivimos una relativa estabilidad social. Pero una sociedad estable no es necesariamente es una sociedad justa. Antes de este régimen México era un país estable, pero esa estabilidad dependía de tolerar gobiernos que deliberadamente ahondaron las diferencias sociales, que reprimieron o compraron a la oposición, que crearon una falsa clase media y despojaron de clase al resto de los mexicanos; además le hicieron creer no sólo que era todo México sino que esa clase media “movía a México”. El resto de los mexicanos quedaron como expósitos de la Madre Patria.
No, no creo que la 4T sea una revolución. Pero el que por todo México se perciban protestas, disensiones, diatribas, y que todas inicien o acaben coincidiendo contra un solo hombre, el jefe del Poder Ejecutivo Federal, me da mala espina. La mayoría de los mexicanos, como en las tres revoluciones, no saben qué está pasando. Y muchos de los que sí saben, están empeñados en descarrilar a este gobierno (lo que no sería una revolución sino un golpe de estado). Y no es porque el presidente sea un inepto (hemos tenido peores) sino porque el rumbo de esta administración no les conviene. Es y en esto al menos sí coincido con el presidente López, una reacción conservadora; no es revolucionaria sino golpista, pero involuntariamente están sembrando esa semilla. Si esta intensa campaña contra el gobierno federal triunfa, ningún partido, ningún empresario, serán capaces de proponer un gobierno que luche, por ejemplo, contra la corrupción y la impunidad, porque son parte de eso. Bien, que derroquen legal o ilegalmente al presidente. ¿Y luego? ¿qué sigue? Ningún gobierno posterior a eso podrá sostenerse si no es a través de una dictadura, o una “dictablanda” como la que ya padecimos. Por décadas se impidió el descontento generalizado publicitando logros, pero ocultando rezagos; en adelante ya será difícil ocultar esos rezagos. Y como veladamente están rechazando la vía democrática para lograr la justicia social, ¿qué recurso les queda a millones de mexicanos?, ¿otra revolución?
Ni modo, nos tocó nuestra propia “temporada de zopilotes”, la cuarta, y deberíamos tener claro por lo menos eso. Al gritar “¡Viva México!” este 15 de septiembre, así sea desde el confinamiento, también nos quede claro a cuál México nos referimos y que, para que ese viva, hay que sacrificar a otros “méxicos”. Y ya no hay héroes… sólo quedamos nosotros.