Volví a activar mi cuenta de Twitter porque recomencé a escribir mi columna semanalmente. Eso me obliga a leer mucho material, especialmente de medios localizados en la Ciudad de México, que no por eso son nacionales, aclaro, así como de periodistas radicados en la capital del país que tal vez tienen años de no pisar la llamada provincia mexicana.
En los escritos de esas personas, hombres y mujeres, destaca el centralismo con que desarrollan sus ideas, una de las causas de que seamos catalogados como ciudadanos de primera y de segunda.
Los de primera, son obviamente los que habitan las ciudades más desarrolladas, los de segunda los que están en la periferia y en la zona rural, por sus limitadas posibilidades de acceder a los presupuestos millonarios de los tres niveles de gobierno.
Pero más allá de todo eso, lo que me lleva a escribir de este tema es el discurso plagado de falta de respeto, las palabras altisonantes de las que hacen gala ciertos periodistas, y especialmente los llamados YouTubers (que no sé qué sean, pero me queda claro que periodistas, no), usando de manera gratuita un sinfín de palabrotas que sólo insultan a sus lectores y audiencias. Lamentable.
Lamentable porque no ven más allá de lo que pasa en la Ciudad de México, se agarran descalificando todo lo que provenga de la administración federal, que tampoco ha dado muchas trazas de saber a dónde va, es verdad. Pero más allá de todo eso, se aprecia lo poco que les interesa el país.
Y se constata que viven en un mundito donde no cabemos el resto de los más de cien millones de mexicanos que radicamos en distintos sitios diseminados a lo ancho y largo del territorio.
Recientemente escribió Arturo Pérez-Reverte respecto a este fenómeno que también ha cundido en España:
“Descorazona asomarse a las redes sociales y comprobar hasta qué punto la incultura, la limitación de ideas, la falta de comprensión lectora –que es uno de los grandes males de nuestro tiempo-, la fácil distinción entre ellos y nosotros, tan tristemente nuestra, ahoga las voces sensatas y necesarias”.
Y en el mismo tenor va un artículo escrito por José Woldenberg, respecto a todo el ruido que hay en las redes y lo fácil que resulta el insulto y la ausencia de diálogo:
“No sabemos discutir. Se nos dificulta hasta extremos inverosímiles procesar información, valorar el conocimiento y sobre todo argumentar. Pero eso sí, tenemos más que afiladas las capacidades de adjetivar, descalificar e incluso amenazar”.
Decía mi madre, “si hay un loco, que no haya dos”, cuando oía discutir a alguien, instando a su contraparte a que no contestara la invitación a pelear.
Hoy más que nunca México necesita calmar los ánimos, para quienes radicamos en Tamaulipas, estado de la República que lleva teñido de sangre más de una década, leer, escuchar, ver los pleitos que escenifican diversos actores en la Ciudad de México sólo descorazona, como dice Pérez Reverte.
Quienes vivimos en esta parte del país requerimos certezas, de parte del nuevo gobierno federal que nos aclare hacia dónde vamos.
De sus detractores que hacen uso de los medios tradicionales y la red de Internet, solicitamos atemperar sus ánimos. El horno no está para bollos y los mexicanos nos estamos cansando. Lo escribo por si no lo han notado, la violencia empieza a cobrar vidas en personas de más alto nivel económico, fenómeno que hasta hace poco se había ensañado especialmente con los más pobres, donde el registro de víctimas alcanza niveles de horror.
Sólo recuerden, la Ciudad de México, no es todo México.
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