Don Pepe, el Cantinero tenía más fieles confesores que el cura de la parroquia, y más clientes que el psicólogo de enfrente…con la diferencia de que el cantinero no tenía compromiso de confidencialidad o secreto de confesión. Sin embargo, por pura buena ley o porque recibía más información de la que podía recordar, Don Pepe guardaba los secretos cuando, ya bajo la influencia de los alcoholes, los parroquianos (de la cantina) le contaban, sin tapujos ni inhibiciones, sus más sórdidos pecados y penurias, confesando al calor de las copas, sus temores y debilidades, sus flaquezas y sus dolores.
Don Pepe no les imponía penitencias, tampoco los exhoneraba a punta de ni diez Padres Nuestros ni veinte Aves Marías. Mucho menos les recetaba medicamentos que no fueran Omeprazol y Aspirina, que son los únicos medicamentos que en verdad sirven para algo, y luego unos chilaquiles.
La pura cruda del día siguiente era suficiente para pagar los pecados cometidos y confesados con los codos apoyados sobre la barra y las manos sosteniendo las quijadas entre sorbo y sorbo de tequila. De esas crudas que hacen jurar que “a partir de mañana empezarás a vivir una vida más sana” -como dice la canción de Alberto Cortés.
Así don Pepe se enteró de adulterios, de cuernos y de cornudos; de fraudes y de defraudados, de golpes y de golpeados, de inflicidades y de infidelidades, de vidas sin sentido y de sentidos sin vida. El sólo limpiaba la barra con el trapo percudido y viejo que llevaba siempre colgado sobre el hombro derecho, y a la mano tenía siempre el teléfono de un taxista amigo, que hacía su agosto cada vez que don Pepe le llamaba para que se llevara a algún confesado hasta su casa porque el incauto no podía ni manejar ni subirse a un camión de pasajeros….el traslado se los incluía en la cuenta..y ellos, ni cuenta se daban.
Al día siguiente amanecían con tremenda jaqueca, pero con el alma descargada, confundida entre el sentimiento de culpa y y la expiación, como si se hubiesen quitado un peso de encima (don Pepe les quitó varios pesos de encima) estando al borde de la muerte por intoxicación. Cuando el parroquiano empezaba a contar sus penas, Don Pepe no les daba consejos, ni recomendaciones, ni recriminaciones, y mucho menos juicios o penitencias…nada más escuchaba y asentía con la cabeza, porque a veces la gente solo necesita desahogarse y soltar todos los demonios que traen adentro.