El 24 de marzo de 1962 en Estados Unidos era la época cuando el racismo era practicado por casi todos, hasta por los mismos afectados.
En el estado de Nueva York un legendario del ring de los pesos welther y medios peleó guardando un secreto: el ser negro en esa época y aceptar su preferencia era como firmar una sentencia de muerte.
Emili Griffith un campeón sólido afroamericano, con un récord según boxrec de 85 ganadas, 24 perdidas y 2 empates, debutaba en el profesionalismo en 1958 ante Joe Parham en 1962 en la ciudad de “La Gran Manzana”.
El día del pesaje previo a su pelea, su rival de sangre cubana Benny “kid” Pared inspirado por los rumores, se aventuró a darle una burlona nalgada a su contrincante llamándolo “maricón” acto que casi adelanta la contienda, pero que su contrincante de color logró contener.
Emili era consciente que ser negro en esa época ya era viajar cuesta arriba, pero que su preferencia sexual fuera descubierta era una condición imperdonable; un día después, mostraría su rabia por los medios permitidos.
Fue tanta la intención de causar dolor del ofendido Griffith que combinada con la tardía participación del tercero en la lona, éste logro propinarle una avalancha de furiosos golpes. Cuentan las crónicas que fueron 29 embestidas, una verdadera paliza; el “monstruo” que vive dentro de cada pelador tomó el control de sus manos, de su cuerpo y con una energía asesina provocó la derrota del de sangre cubana y días más tarde su muerte en el hospital.
Al pasar el tiempo, casi 4 décadas más tarde, salió a confirmar el rumor, perdió fans, reconocimiento, su mundo: la sociedad se alejo de él.
Ya con arrugas en la cara y una historia pesada en su espalda reflexionó lo siguiente:
“Cuando maté a un hombre me lo perdonaron, pero cuando dije que amo a un hombre me dejaron solo”.
Hoy 6 décadas después continuamos abriendo brechas entre razas, clases sociales, géneros y afinidades políticas.
Aún existe en nuestro vocabulario latino términos como “indio”, “jodido”, “prieto” y muchos más, no hemos aprendido nada de nuestras tragedias, de los llantos, las diferencias en el mundo son amplias; la religión, la cuenta de banco, el apellido, la marca de ropa, estamos atrapados en nuestro 1962 personal, sólo que ahora tomamos fotos de de los pequeños tronos y de la realidad con filtros.
La rabia de Emili ese día fue exorcizada con golpes y sudor, hoy es muy osado que un nuevo monstruo más peligroso y mortal tome el control de los agraviados como aquel día en el Madison de Nueva York.
Le pido al lector no escatimar en esta reflexión, en ser ejemplo con sus hijos, en el activismo para frenar cualquier tipo de discriminación, cada quien este arriba del ring para ayudar un poco y multiplicar con muchos esta idea, será casi suficiente.
Próxima columna, “Un recuerdo a la locura de Edwin Valero”, el campeón invicto que murió en prisión unas horas después de quedar viudo.