Despistadamente hago como que me rasco una mejilla para secarme una lagrimilla que se escapa de mis ojos y ahogo el nudo en la garganta mientras escucho a la maestra dar el mensaje de fin de cursos.
No es la graduación de mi hija, sólo concluye el segundo grado de preescolar, pero no es menos emotivo por eso, pues muchas madres padecemos el ya conocido “corazón de pollo” por el que lo relacionado con nuestros retoños nos pone sensibles.
Los pequeños realizaron una exposición pedagógica y de educación física, donde presentaron lo que gracias a su maestra aprendieron durante el año.
Estaba más nerviosa yo que mi hija y cuando fui llamada inesperadamente a apoyarla en su exposición fue peor, pero estar con ella frente a papás y niños fue lo mejor, porque con su desempeño me di cuenta que hacemos un buen equipo.
El trabajo durante todo el año nos permite conocer a nuestros hijos, por lo que su desempeño no debería de sorprendernos, si tenemos una buena comunicación conoceremos sus cualidades y deficiencias, si no, seremos unos desconocidos.
Instalada en el papel de “mamá pavo real orgullosa” y aparte chillona, me di cuenta que aún me queda un largo camino por recorrer y que quizás hay que fortalecer un poco a este corazón, pues con tres hijos y un gran trayecto académico por venir me faltan muchas lágrimas de emoción por derramar.
Cada escalón es importante, no se puede correr sin gatear, disfrutemos junto a nuestros hijos cada etapa y cada avance, no importa si es el paso a un nuevo año, la graduación de preescolar o universidad.
No minimicemos su esfuerzo, al final de cuentas, en cada uno de nuestros hijos estamos reflejados los padres, ¡feliz fin de ciclo escolar 2018- 2019!
De la página de Facebook La Vida en Bettylandia