Tenía algunos minutos de haber llegado al trabajo cuando me enteré que una mujer había sufrido una violación tumultuaria en Reynosa, en esta ciudad en donde, como en muchas otras, “no pasa nada”.
A través de redes sociales, una usuaria exhortaba al cuidado y a la empatía, pues denunciaba que la víctima deambulaba golpeada, con la cara casi desfigurada y semidesnuda sin que fuera auxiliada por alguien, hasta que ella y su madre lo hicieron.
Fue violada por seis hombres y mantenida tres días en cautiverio en el centro de la ciudad, donde además la torturaron.
Suele pensarse que las más jóvenes son quienes están expuestas a vilezas de este tipo pero no, es cualquiera y somos todas, ella tiene cuarenta años.
Todavía no salía de mi asombro cuando me encontré con la noticia sobre Fátima, de siete años, cuyo cuerpo fue localizado dentro de un costal con signos de extracción de órganos y tortura, a la orilla de un camino de terracería, en Tláhuac.
En un video de una cámara de seguridad se aprecia que una mujer la lleva de la mano.
La mujer de Reynosa iba caminando a un OXXO, a Fátima se la llevaron de la escuela aprovechando que su mamá se demoró un poco en recogerla.
La reynosense tiene cuarenta años, Fátima tenía siete; inocentes las dos, víctimas de la inmundicia humana que no siente amor por sus semejantes, de la escoria de la sociedad que hacen que este mundo cada vez sea más inseguro y esté más perdido.
Me duele porque soy mujer y tengo 34 años, algunos menos que la víctima de violación; me duele porque tengo hijas, casi de la edad de Fátima; me duele porque no quiero que ningún hombre sufra por la pérdida de su esposa, su novia, su hija, su hermana o su madre.
Duele hondo… cala fuerte, te aprieta el corazón y lo peor es que, es real y pasa en México.