Andaba trepada en una ventana quitando la cortina para lavarla, cuando vi un bulto blanco tirado en el patio de los vecinos, bajo el sol de medio día.
Se movió un poco, le hablé y miro hacia arriba pero no tenía fuerzas para levantarse.
Seguí en lo mío por unos minutos, hasta que la inquietud me ganó.
Sabía que los vecinos tenían un perro, lo había escuchado llorar en ocasiones por las noches, pero una barda nos dividía, así que a menos que husmeara a través de las ventanas, lo cual no acostumbro a hacer, no podía verlo.
Saqué una silla del comedor al patio y la pegué a la barda, pero no podía ver nada, puse una cubeta y me subí, y ahí estaba yo arriba de la cubeta que estaba sobre la silla.
Lastima que nadie me tomó una foto, hubiera lucido como la vecina chismosa husmeando en los patios traseros de los vecinos.
Estaba en los huesos y no me ladró, siguió ahí y apenas y abrió los ojos.
Fui hasta el refrigerador, junté algo de comida y se la aventé, afortunadamente cayó cerca de su cuerpo porque ni para eso se levantó.
No tenía fuerzas para comer, apenas y podía abrir y cerrar su hocico, seguramente iba a morir pronto.
Corte un bote, lo llené de agua y lo amarré a un cable para deslizarlo a través de la barda y tomó como si no hubiera mañana.
La rutina se repitió por varios días e incluso, cuando me escuchaba en el patio lloraba y ladraba, y cada que me asomaba para darle de comer movía su cola.
Casi cuatro semanas después llegaron sus dueños, le dieron de comer y se fueron, pasaron quince días, volvieron de nuevo y así se repetía el patrón.
En una ocasión le aventaron un peluche, quizás penando en que eso mitigaría su soledad.
Un día le sirvieron croquetas y no las quizo, creo que se había acostumbrado a la comida casera que le daba; esa vez lo bañaron y le pusieron collar.
La mañana siguiente también prefirió mi comida que las croquetas, que seguían ahí; por la noche volví a darle pero había aprendió a aventársela envuelta en papel para evitar treparme a la barda y esa vez no escuché su ruido característico al desenvolverla.
Pensé que a lo mejor estaba dormido, o que quizás no tenía hambre.
Repetí la operación y tampoco escuché sonido alguno.
Subí a la ventana y no lo vi, me trepé de nuevo a la silla con la cubeta y me di cuenta de que ya no estaba, se lo habían llevado.
Tenía sentimientos encontrados, por un lado me daba gusto porque quizás, ahora si le pondrían atención y lo alimentarían como se debía, pero me había encariñado con él y lo echaría de menos.
Ahora lo que me preocupaba era… ¿qué iba a pasar cuando mis vecinos volvieran y encontraran la comida que aventaba a su patio?