A veces me desespera mi ignorancia, aunque siempre será muy docta a la hora de enfrentar contingencias, así acabe por agravarlas. Por lo menos no me petrifico ante los hechos ni respondo a las encuestas con el socorrido “No sé”.
En el fraseo de las pláticas de mis mayores siempre se remataba con una sabia muletilla: “¡Uno nunca sabe!” Así que mejor dejo que mi ignorancia se haga cargo. Siempre será mejor tener una posibilidad de acertar que ninguna.
Así me exoneré de culpa por todo lo que se vino a mi mente cuando me enteré de que la FGR, con el aval explícito del Poder Ejecutivo (séase don Andrés), exoneró de los cargos por los que el general Cienfuegos fue llevado ante la Justicia gringa. Para mí que no hubiera pasado a mayores si todo hubiese quedado en un dictamen de la fiscalía federal. Una explicación pública en términos jurídicos bastaría.
Como de costumbre, ya fuera redactada en español o en sánscrito, lo mismo nadie la hubiera entendido y nadie hubiera quedado satisfecho, pero no se podría hacer nada más que patalear. Y don Andrés, tan campante, se hubiera podido excusar con la autonomía de esa dependencia, ya citada por él en otras ocasiones para temas mucho menos escandalosos. Sólo hubiera quedado el caso hacia el exterior, en términos diplomáticos, y para eso está Ebrard.
Pero… ¡Ah no! El caso era enredar la madeja. Así que don Andrés no se pudo quedar callado. Habla lento, pero habla mucho; y como cualquiera, entre más hablamos más oportunidad tenemos de equivocarnos. El tepache, me temo, ya estaba regado desde el principio.
El proceso contra el general Cienfuegos en Estados Unidos no pudo estar integrado por infracciones a las leyes mexicanas. La Justicia estadounidense puede, en todo caso, tomar medidas en contra de un delincuente ya procesado y condenado en otro país que además tenga cierta presencia dentro de Estados Unidos. No, al general sólo se le podía juzgar bajo presunciones de delitos en Estados Unidos, así fueran perpetrados desde México.
Si México no hubiese estado de acuerdo con los términos de aquel juicio pudo apoyar su defensa y hasta apelar a tribunales internacionales. Pero no siguió esa ruta.
Así que yo no entiendo la ingenuidad de la Justicia en Estados Unidos que permitió trasladar el juicio a México. Si los elementos de la acusación en Estados Unidos no son válidos en México, debieron saber perfectamente que el juicio no iba a proceder. En cualquier caso, las pruebas del delito debieron ser más bien endebles o circunstanciales. No veo entonces por qué, ahora, se indignan tanto por la exoneración.
En caso de que las pruebas contra Cienfuegos sean sólidas para configurar un delito CONTRA Estados Unidos, el papel de México sería el de cuidar el respeto a los derechos humanos del inculpado, y nada más. Valerse de un subterfugio para quitar a Estados Unidos la potestad de juzgarlo es una clara interferencia maliciosa que México no permitiría de estar en una situación similar.
No sé hoy en qué términos esté el General respecto a la Justicia estadounidense. En México está libre de polvo y paja; allá no estoy seguro. Supongo, eso sí, que por ahora está incapacitado para ir a turistear. Ni modo, tendrá que perderse la toma de posesión de Biden.
En tanto, algo pasa en México entre tirios y troyanos. Si antes los tirios querían tomar Toya y los troyanos defenderla, ahora ambas huestes ven con franca desconfianza a la mítica ciudad con sede en Palacio Nacional.
Para unos y otros, este caso revelaría una subordinación del mando supremo del Ejército y Armada de México a los mandos menos supremos, pero más efectivos de ambos contingentes. Si a esto sumamos la simpatía manifiesta de don Andrés a la causa trumpista, no sé si estará remojándose las barbas al ver cómo dejan lampiño al vecino, o es que la 4T esté tomando un giro sospechoso y alarmante.
Por supuesto, toda esta cuestión no legitima a una oposición salvaje, intolerante, egoísta, fanática, frenética y golpista, sólo le da armas retóricas y, de paso, le aleja de la posibilidad de hacer uso de las otras armas, las reales, las de uso exclusivo del… ¡Ah caray!