“Mamá, fulanita y perenganita me molestan, una me pega y la otra me empuja”, me platicó mi hija mayor minutos antes de dormir y le pregunté por qué no me lo comentó cuando estuve en la escuela para poder tratarlo con la maestra.
“¿Así cómo te puedo defender si no me dices lo que pasa?, le dije..
“Yo ya soy niña grande, no necesito que tu me defiendas”, exclamó la chamaquita de tercer año de preescolar y me dejó “con el ojo cuadrado”.
Por un lado me pareció medio groserita su respuesta, aunque se que su intención no era faltarme al respeto, y por otro lado pensé: ¡mi retoño ya creció!”.
Con nosotros estaba la guerquita menor, quien atenta había escuchado la plática, no se quiso quedar atrás y le dio una recomendación.
“Si alguien te molesta dile a la ‘maeta’ y si no pegalé así, aquí y aquí”… y yo me quedé así:
¿Qué le decía la guerquita enana, como le digo a veces? Le enseñaba a cerrar sus manos en forma de puño y dirigirlas hacia la frente o los cachetes de su agresor.
“¿Quién te enseñó eso?, le diije y ella respondió orgullosa: “yo solita”.
Curiosamente minutos antes el grupo de watsapp de otro salón, ya saben, esos donde los padres de familia convivimos armionsamente (¡ay ajá!) se puso intenso.
“Señora (etiquedata) de la manera más atenta le pido que por favor hable con su niño o como el entienda! de no agredir a compañeritos, hoy le picó el párpado a mi hijo con un pincel y trae un raspón! No es la primera vez que me comenta que lo agrede! Le encargo por favor para que la próxima vez no sea adentro del ojo!”, escribió la mamá.
La madre del agresor se molestó porque la queja fue ante todos y dijo, debió haber sido en privado y dijo que no lo justificaba, pero que el solamente se defendió.
Lo que siguió fueron las respuesta de otras mamás que respaldaron a quien expuso la situación y dijeron que el niño del pincel no es la primera vez que se porta así y que muchos han pasado por lo mismo.
Yo estaba como maraca sobre el sillón leyendo los mensajes, ansiosa por decir “¡si es cierto! a mi hijo le pateó los testículos y le orinó los tenis! y ¡a mi hija la tiró y se le hizo un chichón en la frente!, pero como damita que soy me contuve; además en su momento lo traté con la maestra y no hubo más agresiones.
Lo cierto es que como padres de familia no debemos dejar que el amor nos ciegue hay que reconocer cuando nuestros retoños son unos “chuckys” personalizados.
El ser hijo único, convivir poco con otros niños y cursar su primer año escolar no es pretexto para ser mal portado; el respeto, la empatía, generosidad y gratitud se enseñan en casa.