En tiempos del PRI, el corporativismo fue su base clientelar. Tal como sucede hoy en Venezuela con los organismos cooptados, a base de dádivas, por el gobierno de Hugo Chávez, primero, y luego de Nicolás Maduro.
En 1988, Antorcha Campesina, por ejemplo, nacida en México en 1974, se adhirió al PRI para sacar múltiples ganancias de sus patrocinadores del partido tricolor al que apoyaba con acarreos, manifestaciones y votos en masa. Desde entonces se hizo de enormes cantidades de dinero, gasolinerías y terrenos, como las 200 hectáreas en El Moño, en Chimalhuacán, entregadas en el 2016 por el régimen apestoso que le dio facilidades al por mayor, también, para que sus dirigentes tuvieran acceso a cargos de elección popular, igual que a los familiares de éstos y a sus amigos. Por eso hoy no se discute su enriquecimiento escandaloso.
Así se mantuvo en el poder el PRI. Volviendo esclavos a los afiliados de la CTM, de la CROC, de la CNOP, del gremio de los campesinos, así como a los maestros (as) de su poderoso Sindicato, a los burócratas de los gobiernos federal y estatales, a los funcionarios de las universidades públicas y a muchos de sus alumnos (as); a los trabajadores de TELMEX, de PEMEX, del IMSS, de la CFE y en aquellos años de Gas Natural, así como de los Ferrocarriles, de la Productora e Importadora de Papel y de otras empresas paraestatales, además de los dueños de medios de comunicación que impúdicamente se declaraban “soldados del sistema”, en palabras de Emilio Azcárraga Milmo, quien tenía como su personero en el campo periodístico a Jacobo Zabludovski. De esta forma cómo no iba a ganar en las elecciones, si además contaba con el apoyo de las fuerzas armadas.
Hay testimonios irrefutables de que, en el caso de los magnates de la prensa, a los que demostraban ser amigos del gobierno, éste le regalaba papel o se lo fiaba a largo plazo sin intereses, además de almacenárselo gratuitamente, y les entregaba con mucha generosidad paquetes publicitarios a fin de que se enriquecieran a sus anchas, a la vez que a los periodistas incondicionales los premiaba con dinero, viajes y otros regalos, con la condición de que se humillaran a sus pies cuando las circunstancias lo ameritaran. Y, si no, en caso contrario, les mandaba la señal de que se atuvieran a las consecuencias.
Es lo mismo que está sucediendo en Venezuela. El ejército sostiene a Nicolás Maduro junto con los entes incondicionales del gobierno. Por eso hay quienes se sorprenden al ver las concentraciones masivas en favor del dictador, sin caer en la cuenta que se trata de gente comprada, como lo hacía el PRI en México para hacerle creer a sus gobernantes que gozaban de enorme simpatía y admiración. Bastaba una convocatoria de los sindicatos vendidos o la amenaza contra quien se resistiera a sus consignas.
Ese retrato idéntico de lo que pasa en Venezuela hoy se refleja también en las elecciones donde el gobierno y el PRI no disimulaban sus amasiato, y era el que organizaba los comicios, pagaba la propaganda, instalaba las urnas, imprimía las boletas y contaba los votos. Así las cosas, no era raro que el PRI se despachara con la cuchara grande en el robo de votos, el acarreo de votantes a fuerza, en la organización de carruseles alrededor de las urnas y en el descarado manejo del padrón electoral que incorporaba a muchos muertos cuyos sufragios inflaban los números del partido tricolor. Con la misma estrategia y las mismas mañas cómo no va a ganar también Nicolás Maduro, además de que éste se perpetúa como presidente desconociendo los resultados de las elecciones de 2016 y desconociendo a la Asamblea Nacional dominada por la oposición, de modo que formó otra para que emitiera nuevas reglas que le permitieron reelegirse a su antojo.
Una cosa sí marca la diferencia del México de antes que tenía como ariete al ignominioso PRI y de la Venezuela de hoy: El control de la libertad de prensa era más fino aquí y la manipulación de los grupos de poder, a base de corrupción, no hacía tanto escándalo. Simulaba la democracia con mucha astucia y ocultaba la tiranía con mucha inteligencia. Por eso en el mundo no le encontraban la cuadratura al círculo de nuestro sistema y ni aquí mismo podíamos definirlo claramente, de ahí que el escritor Mario Vargas Llosa vino en 1990 a decirnos que vivíamos en una “dictablanda” (que no dictadura) o que se trataba de una “dictadura perfecta”. Y lo dijo con una asombrosa contundencia: “La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México”. Años después, en el 2014, se hizo una película muy famosa con ese título.
Hoy Venezuela, en ese aspecto, no ha podido despistarle como lo hizo México en los años del deplorable amasiato entre sus gobiernos y el PRI. Pero Nicolás Maduro sí aprendió de nuestro país a sostenerse en la compra de voluntades de los que no sufren hambre y se sienten muy cerca del poder político, en contraste de quienes sienten los araños de la miseria y de la persecución. Y es el mismo corporativismo allá, como lo fue aquí, el que alimenta la seguridad de la permanencia en el gobierno a muchos tiranos, por lo cual deseamos que no vuelva a resurgir en nuestra patria, aunque la tentación de los de MORENA no está tan oculta al tratar de desmantelar a la CTM, a la CROC y a otros sindicatos de tradición priísta, porque sobran los que ahora gozan de las mieles del triunfo que dicen que llegaron para quedarse a como dé lugar, e inclusive no tendrían empacho en cobijar ahora a Antorcha Campesina si les representa un titipuchal de votos. Hagamos “changuitos” para que eso no ocurra.