El escritor y periodista británico ha pasado a la historia con el nombre de George Orwell, al decidir sustituirlo en sus obras por el original de Eric Arthur Blair, nacido en la India en junio de 1903 y fallecido en Londres en enero de 1950. En su corta vida se hizo famoso por su reportaje titulado “Homenaje a Cataluña” que trata de la Guerra Civil Española (1936-1939) desde la óptica opositora al régimen de Francisco Franco, además de “Rebelión en la granja” y “1984”, escrita al final de sus días para dar vida a la figura inconfundible del “Gran Hermano”.
Sin embargo, después de que varios estudiosos encontraron una semejanza entre algunas sociedades u organizaciones y el mundo que describe George Orwell en su novela “1984”, se popularizó el término orweliano como equivalente a totalitario y represor. Pero para otros el término en realidad hace referencia a la importancia que desempeña el lenguaje en la formación de pensamientos y de emociones. A primera vista, en una sociedad totalitaria la sumisión de sus miembros se consigue a través del terror. Y, en cambio, en la novela se describen maneras mucho más sutiles y soterradas de someter a su población: a través de la propaganda y del lenguaje.
Para el escritor nicaragüense, Sergio Ramírez Mercado, columnista de La Jornada (México), un país orwelliano es aquel en que la mentira oficial busca crear una realidad paralela que a través de la reiteración del discurso llega a volverse dominante. Y platica una anécdota tomada de un suceso que estremeció a sus paisanos hace poco.
Un encapuchado entró en la catedral de Managua con el ánimo fanático de prender fuego a la imagen centenaria de la Sangre de Cristo, la más venerada del país, la cual resultó seriamente dañada. Sacerdotes, templos, imágenes, se hallan hoy día bajo ataque.
La vocera oficial del régimen, que es la primera dama y vicepresidenta, se adelantó a declarar que se trataba de un accidente provocado por una vela que había prendido fuego a un cortinaje; verdad ficticia que una vez establecida debe ser llevada hasta las últimas consecuencias, opina el profesor de literatura que se oculta bajo seudónimo.
El cardenal Brenes, arzobispo de Managua, aclaró que en la capilla donde se venera al cristo no hay cortinajes y está prohibido encender velas, y que se trataba de un acto premeditado de profanación ejecutado por un terrorista que tenía prevista la ruta de escape.
En respuesta, la policía se llevó presos a los testigos, sacándolos a la fuerza de la propia catedral, quienes terminaron declarando que no habían visto entrar a ningún encapuchado. La verdad iba camino de ser sometida.
El paso siguiente fue descubrir en el lugar de los hechos un pequeño rociador de alcohol de 200 mililitros, de los que se usan para desinfectar las manos, y a partir de ese trascendental hallazgo los expertos forenses determinaron que el incendio se había producido por el fenómeno químico llamado solvatación; los vapores del alcohol entraron en contacto con el aire caliente y avivaron la combustión de una veladora.
La veladora no podía faltar porque estaba en la esencia de la explicación oficiosa inicial. Por tanto, donde no hay veladoras, aparece la veladora. Si no hay cortinaje, el cortinaje debe materializarse de la nada. Y el terrorista encapuchado deja de existir. Así pues, la verdad oficial es que la solvatación fue provocada por el atomizador de alcohol isopropílico. Pero el artefacto, que cabe en la palma de la mano, aparece intacto en la escena del crimen, sin haber sufrido mengua alguna, a pesar de su poder destructor.
Finalmente, un ingeniero químico da una lección científica contundente:
El alcohol isopropílico, explica, alcanza su punto de inflamación a partir de los 12 grados Celsius; para que sea capaz de producir vapores que causen semejante conflagración, se necesitaría al menos un barril.
La conclusión de don Sergio Ramírez lleva a su consideración de inicio: Un país orwelliano es aquel en que la mentira oficial busca crear una realidad paralela que a través de la reiteración del discurso llega a volverse dominante. ¿Pero esto sucede nada más en Nicaragua? ¿No estará oculto ese propósito en cada “mañanera” mexicana al estilo AMLO? ¿El caso Emilio Losoya y la corrupción pestilente de nuestros políticos podrá encajar en esta consideración literaria, a pesar de la realidad inocultable del saqueo de nuestro erario?