Celebro que las mujeres exijan igualdad y que nunca más se les trate como seres inferiores; aplaudo que echen en cara a las autoridades casos de abusos policiacos y el aumento de los feminicidios; y repruebo el maltrato en cualquiera de su manifestaciones: verbal, psicológico o físico.
Sin embargo ante las escenas de vandalismo de grupos de mujeres radicales infiltrados en las marchas como sucedió en la CDMX este lunes, me apena que los encargados del orden y de aplicar la justicia se crucen de brazos, porque entonces se convierten en cómplices.
Qué culpa tienen los monumentos históricos grafiteados como El Ángel de la Independencia hace semanas, y el más reciente Hemiciclo a Benito Juárez de la Alameda Central.
¿Por qué tanta ira descargada en dañar y hasta querer destruir el patrimonio artístico e histórico de la capital del país? ¿Qué culpa tienen también los dueños de negocios que los ven a punto de ser consumidos por incendios que ellas provocan?
¿Es más delincuente y merece prisión un borracho que se orina en un macetero y, para hacerlo, tiene que enseñar sus partes íntimas, que un grupo de trogloditas sin cerebro que se lucen ante los reporteros?
El gobierno de la CDMX emanado de la 4T debe ser contundente para detener estos actos vandálicos. Este lunes tuvo que hacerlo después de los destrozos de la marcha del 19 de agosto pasado… y se quedó con los brazos cruzados.
Ante estos desmanes de feminazis se debe usar el garrote, los vehículos antimotines que arrojan chorros de agua, llevarlas ante la justicia y pasar un buen tiempo en la cárcel, si un juez así lo considera.
Una gran mayoría de la sociedad que repudia a estas mujeres lo está exigiendo, porque no se vale más impunidad. Días atrás pasó otro hecho similar en la UNAM donde las anarquistas destruyeron la biblioteca de rectoría y prendieron fuego a la bandera tricolor.
Ya es hora señor presidente de bien aconsejar a la señora Claudia Sheinbaum. Y créanme que los dos recibirán más aplausos que abucheos.