El relevo en la dirigencia nacional del PRI es como un manotazo sobre la mesa para respaldar una seca respuesta: no a la alianza con Ricardo Anaya.
Y al no consolidarse el PRIAN los más animados son los candidatos a senadores, diputados y alcaldes, porque desarrollarán sus campañas sin el fantasma de que por las concertacesiones unos pierdan y otros ganen ante de iniciar la jornada comicial.
Aparte de lo anterior obra la circunstancia de que en el PRI bien saben que ni las derrotas, ni las victorias son para siempre: fueron expulsados de la presidencia de la República en las elecciones del año 2000 y en las del 2012 la recuperaron.
Luego entre escándalos como el de la casa blanca, Oderbercht y descomunales corrupciones de gobernadores, propiciaron que en el 2016 el PRI se cayera a pedazos en 6 Estados.
En el 2017 se recuperan ganando en el Estado de México y en Coahuila, consolidando la creencia de que la maquinaria tricolor cuando la operan en forma eficiente no hay obstáculo que la detenga.
Pero en este año las cosas no le han salido bien en la campaña presidencial y en 8 de los 9 Estados donde habrá elecciones para gobernador, por lo que llamaron a René Juárez Cisneros para suplir a Enrique Ochoa Reza y en dos meses va estar cuesta arriba logren acercarse a López Obrador.
Sin embargo, como el PRI sabe descontar ventajas, con el sólo cambio de dirigencia ya pone en duda en qué lugar terminará Meade, quien aquí en Reynosa se vio relajado y coloquial en su mensaje, dio la impresión de no sentirse en el tercer lugar y con el refuerzo de un priísta a la vieja usanza van por lo que parece imposible.
Que tengan un buen día todos.