El 8 de junio de 1949 salió a la luz el libro de George Orwell llamado 1984 (Mil novecientos ochenta y cuatro) uno de los personajes principales se hizo famoso a principios de este siglo con el reality show “Big Brother”. Efectivamente, este personaje que todo lo ve, que todo lo oye, que todo lo juzga y determina surge en la obra futurista de Wells con la intención de controlarlo todo pues los habitantes de la ciudad (o de la casa estudio, si hablamos del reality show) no son capaces de gobernarse a sí mismos y requieren de la guía del “gran observador” para que la paz y armonía entre ellos se cumpla sin problemas. De haberlos “Big Brother” lo resolvería todo.
Sin embargo, el personaje principal de este libro no era otro sino el miedo. No aquel que surge del posible daño que otro me pueda causar, ni tampoco del castigo que pueda recibir si transgredo una ley (que también es posible), sino – principalmente – por la noción de incertidumbre y guerra (no violenta), o más bien, la amenaza de ella. Ideas como “fake news”, complots y mafias ajenas a lo que la gente “verdaderamente” quiere están presentes bajo esta noción.
Estos últimos años, con el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos, nos hemos venido enfrentando a una realidad sutil pero presente – casi intangible – que subyace en el ambiente. Trump desde el inicio de su mandato puso sobre la mesa una idea concreta “Make America Great” (Hacer a EUA grande)… en el fondo, estamos leyendo la vieja doctrina independentistas del síglo XIX Monroe “America for americans” (América para los americanos).
¿Cómo hacerlo? No por medio de una violencia directa, sino más bien por medio del cambio sutil de paradigma… romper con lo establecido (con el “stablishment”, con el “status quo”) y proponer nuevas ideas disruptivas (quizá inútiles, inaplicables o utópicas), pero atractivas y demagógicas (populistas, dirán los expertos). No al TPP (tratado transpacífico), no al TLCAN, no a una buena relación con Europa y sus aliados; y, por el contrario, sí al muro fronterizo, sí a una “buena” relación con Rusia y con Corea del Norte. Aunque, paralelamente, esté metiendo tensión a la “paz” medianamente alcanzada en Medio Oriente, en concreto, Irán (y su armamento nuclear) y la relación entre Israel y Palestina (ya vimos que cambió la sede de la embajada de su país de Tel Aviv a Jerusalén, con todo lo que esto implica.
López Obrador, por su parte, desde que decidió lanzarse por la presidencia de México ha permitido que también la noción ruptura esté presente. Ha roto con su partido originario (PRI), después rompió con el partido que lo catapultó hacia poder (PRD), creó un partido (movimiento) que se adecúa a sus proyectos (MORENA), siempre con la idea de romper con el “status quo”, con lo establecido, con la “mafia del poder” con los “complots”. Ruptura con los empresarios, ruptura con las leyes ya establecidas (amnistía y reforma educativa, por decir algunas).
La noción de miedo está presente en ambos personajes. Trump con sus amenazas e incertidumbre. AMLO con su disrupción e incertidumbre. Ambos desacreditando todo lo que se diga en su contra, generando un lenguaje paralelo; los dos queriendo controlarlo todo, creando cortinas de humo; asumiéndose como salvadores y generadores de eso “bueno que está por venir”, aunque nadie sepamos a qué se refieren cuando hablan de eso “bueno”.
Es muy temprano para hablar de un gobierno con resultados positivos o negativos en el caso de Trump. Es aún de madrugada para hablar sobre lo que viene a México en los próximos 6 años. Lo cierto es que no puede ni debe ser el miedo la idea reguladora de nuestro comportamiento como ciudadanos.
Trump tiene 2 años por delante para hacer algo positivo para EU, para la zona y para el mundo. AMLO tiene 3 años (si es cierto que habrá revocamiento de mandato) para hacer algo distinto para México y su zona de influencia.
Dicen por ahí, sin embargo, que si aquello tiene cola de pato, patas de pato, plumas de pato y hace “cuac cuac”, entonces?… Pero quién sabe…. Tal vez estamos ante un ornitorrinco.
Estaremos atentos.