Cd. de México.-
César Muñoz Hernández tiene 24 años y retomó sus estudios hace cinco meses. El joven, quien tiene empleos ocasionales como bolero o herrero, abandonó la escuela en cuarto grado de primaria puesto que en ese momento, a los 14 años de edad, se le hizo buena idea ponerse a trabajar y hacer dinero.
Ganaba 800 pesos a la semana como chalán y le parecía ingreso suficiente para satisfacer sus necesidades y darse sus gustos. Diez años después se arrepiente de la decisión que tomó cuando era adolescente.
Aunque le está costando más trabajo, espera que ahora sí no le gane la desidia y pueda terminar la escuela o al menos alcanzar el grado de estudios que le permita cumplir su sueño de convertirse en Policía Federal.
“Me salí por trabajo, porque de chamaco ganaba 800 o mil 500 pesos por semana por trabajar medios tiempos y como me iban a pagar más si trabajaba tiempo completo, se me hizo fácil salirme de la escuela”, cuenta.
“Con mi sobrino estudiamos juntos la primaria, él ya salió de la prepa y va a entrar a la carrera. La verdad, a la vez lo envidio y lo admiro, porque si yo hubiera seguido estudiando con él, ya estaría en la prepa mínimo. Por eso mejor empecé a estudiar, espero no salirme”.
Todos los días César viaja alrededor de una hora con 20 minutos en camión y después en metro desde Ecatepec para llegar a la calle de Abraham González, en la colonia Juárez de la Ciudad de México, donde se instala a partir de las ocho de la mañana con su cajón de bolero en espera de sus principales clientes: policías federales, oficinistas, repartidores.
Cuando baja el flujo de gente camina hacia Paseo de la Reforma y se coloca en las inmediaciones del Senado de la República. En un día lo mínimo que gana son 300 pesos; y en una jornada de 12 horas, ha llegado a bolear hasta 150 pares de zapatos, que cobra a una tarifa promedio de 20 pesos.
Trabaja todos los días, pero los martes y los jueves se va más temprano, porque es cuando le toca ir a la escuela. Platica con orgullo que hace un mes terminó la primaria, con 8 de promedio, y que se siguió de corrido con la secundaria. Le gustan las matemáticas y aunque todavía no entiende el procedimiento para obtener una raíz cuadrada, ya aprendió a sumar, restar y leer.
“Apenas empecé a estudiar y no me ha costado trabajo porque voy los martes y los jueves y cuando no puedo, pido permiso. Te dan guías y un libro para que estudies, presentes el examen y en caso de reprobarlo lo vuelves a presentar. Regresé hace cuatro meses a la escuela porque mis clientes me dijeron que siguiera estudiando y que había chance de meterse a la Policía Federal”, contó.
“La secundaria me costó un poco al principio, me estaba aburriendo y no quería ir a la escuela, pero ya le agarré la onda”.
En la actualidad César tiene dos hijos, uno de tres años y un bebé de tres meses; para él, el mayor incentivo de retomar sus estudios es la posibilidad de acceder a un empleo por el cual cobre un salario fijo que le permita darles una mejor condición de vida a sus niños.
“Me gustaría tener un trabajo estable y un sueldo, que sepa yo que, haya trabajo o no, voy a ganar. Eso es lo que quiero. También quiero que mis hijos se sientan orgullosos de mí”, finalizó.