¿Qué hubiera sido del gran escritor Milán Kundera si no huye de la antigua Checoslovaquia y se asila en Francia en 1975? ¿Hubiera producido mejores, iguales o peores obras en un contexto político distinto al del país galo? ¿Sería tan conocido como hoy, a pesar de que su primera novela en 1967 lo hizo famoso?
El hubiera no existe, pero es lógico que la decisión de haber optado por otro camino de libertad dio al escritor otra perspectiva y otro estado de cosas para su producción literaria. De eso no hay duda. Por lo meimo, en este verano de 2015 se hace insistente referencia a ese significativo paso dado por el ilustre hombre político que se acogió a las letras para hacer su crítica de un sistema de su tiempo y de su lugar de origen.
Milán Kundera nació el 1 de abril de 1929 en la antigua Checoslovaquia. Pianista de jazz desde sus primeros años, también fue un activo militante del Partido Comunista en su juventud, del que fue expulsado por sus ácidas reclamaciones al totalitarismo de izquierda y a los dirigentes soviéticos de aquel entonces.
Pero fue readmitido después, hasta que se hartó de la hipocresía oficial y volvió a la carga con sus escritos llenos de comentarios desfavorables al politburó. Y finalmente, expulsado en 1970 de nuevo por los rojos radicales, en 1975 se asiló en Francia, donde obtuvo su carta de naturalización en 1981.
Amigo de escritores emblemáticos latinoamericanos, queda para la historia aquel viaje inolvidable en tren en que guió a conocer Praga a Gabriel García Márquez, a Carlos Fuentes y a Julio Cortázar. La fama ya lo había coronado en ese entonces, pues desde la aparición de su primera novela: La broma, en 1967, comenzó a ser aplaudido en toda Europa por esa fina sátira del comunismo estalinista que fue traducida a 12 idiomas y le dio sus primeros premios internacionales.
Haciendo gala de un fino humor como forma de lucha contra la dictadura soviética, el destierro dio cabal sentido a La insoportable levedad del ser en 1984, que se constituyó en su novela emblemática, no superada hasta ahora, y que fue guión cinematográfico en 1987 de la película de Philip Kaufman. Y no es sino hasta 2006 cuando se publica en su país natal.
Hoy suma 40 años en el exilio donde dio a conocer en 1990 su primer texto como naturalizado francés, y fue, cabalmente, su quinta novela, La inmortalidad, en coincidencia con la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas. Ahí se despidió de la escritura en checo, porque en 1995 comenzó a publicar en el idioma adoptado la primera (La lentitud) de cuatro novelas en francés, siendo La ignorancia su mejor novela francesa en el 2000.
En 2014 La fiesta de la insignificancia, novela de la nostalgia, lo hace reiterar el peso del abandono de su país originario, de su idioma y del motivo central de su prosa, en la cual un viejo extraña a su madre igual que un checoslovaco de antes extraña el totalitarismo y el humor con que solía enfrentarlo, ofreciendo la imagen de un José Stalin también bromista.
En el intervalo entre sus dos últimas novelas, Milán Kundera había sido aclamado por El telón, un ensayo sobre la novela, y por Un encuentro, conjunto de ensayos en torno al arte y la literatura.
A sus 86 años, este fino escritor nos toma del hombro para seguir recorriendo con él los caminos de la antigua Checoslovaquia, su estado de cosas y los problema de su época con una carga emotiva en la cual el pasado es amo y señor del relato, porque es algo que se esfumó para siempre. Y de ello dan testimonio sus 40 años fuera de su tierra y arropado por su país adoptado: Francia.
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