Las madres cuando están cerca de sus hijos, cuando no lo están, cuando se equivocan, no dejan de ser siempre un ser influyente. Están ahí siempre con su infranqueable e insustituible presencia. Es a través de ellas que nos enseñamos a amar, a odiar y a enojarnos.
Las madres son un ejemplo natural a seguir y una guía para la educación. Brindan seguridad, sosiego, agrado, placer y, en caso de pérdida, nos provocan una inmensa ansiedad.
El apego que tiene el menor con la madre es de carácter funcional para las relaciones subsecuentes a la infancia, y que desarrollará a través de su vida como adulto. Y como dijo el estratega francés que alguna vez hizo acotaciones al libro El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, y que hoy es una obra literaria, Napoleón Bonaparte: “El porvenir de un hijo es siempre obra de su madre”.
Se dice que ellas buscan lo mejor para sus hijos, aunque sea desde su propia perspectiva, y ¿a qué madre no le gustaría un hijo como Jorge Luis Borges? que diga: “Yo no bebo, no fumo, no escucho la radio, no me drogo y como poco. Yo diría que mis únicos vicios son El Quijote y La Divina Comedia”.
Julia Warhola fue una madre que estuvo muy cerca de su hijo al que una enfermedad a los ocho años le cambió la vida, ya que éste padecimiento no le permitía controlar las extremidades y por seis semanas no pudo caminar; así que mudó su cama del dormitorio al comedor para estar cerca de él, pues ella se la pasaba todo el día cocinando.
Le entregó revistas y libros para dibujar. Ése niño fue Andy Warhol, a quien a partir de esa circunstancia le nació el amor por el arte.
Después de esa etapa estuvieron muy unidos. Nunca indagó en las preferencias sexuales de su hijo. Cuando Andy comenzó a tener éxito y logró alquilar un departamento habitable, la invitó a vivir con él y ella accedió. Además le ayudó en su trabajo poniéndoles título a los diseños de zapatos de su hijo.
La madre de Oscar Wilde era una mujer alta, de maneras finas, estrafalaria y de una fuerte personalidad; con gusto por la belleza y los libros. Invitaba a artistas, académicos, escritores o todo aquel que tuviera algo interesante que decir a su casa y los recibía muy maquillada.
El escritor dijo en su obra La importancia de llamarse Ernesto, que “las mujeres terminan pareciéndose a su madre”, mientras que los hombres viven la de ellas”; sin embargo él era tan igual a ella.
A la madre de Diego Rivera, María del Pilar Barrientos, le hubiera gustado que Diego se casara con Palma Guillén, una profesora e intelectual mexicana, pero no fue así, ya que primero se casó con la jaliciense Guadalupe Marín y posteriormente dos veces con la artista plástica mundialmente conocida Frida Kahlo.
Por otro lado, a la madre de ella le parecía que para Frida era una unión desfavorable, puesto que ella tenía sólo 22 años, mientras él 43. Además, criticó el aspecto del pintor describiéndolo como como un elefante a un lado de ella, tan sólo una pequeña paloma.
Aun así Frida se une en matrimonio con Rivera, pero ello no impidió estar cerca de su madre, aunque sea en cartas que le envió desde Estados Unidos y México en las cuales se muestra la confianza que se tenían mutuamente, al ser natural, sensible e impulsiva y platicarle en ellas sus experiencias cotidianas, donde también le cuenta cómo va creciendo como artista y se va reconociendo a sí misma como una personalidad cada vez más influyente.
“Me vuelvo loca de pensar que todavía me faltan meses por volver, pero por otro lado pienso que ésta es la única oportunidad que tengo de conocer algo nuevo y que me conozcan las gentes para que más tarde me pueda servir de ayuda para vender cuadros, ¿no crees?”, le redactó Frida a su madre en un manuscrito fechado el 25 de diciembre de 1930 desde San Francisco, California.
Según la psicología, una relación buena y sólida con la madre, además de ser saludable ayuda a los hijos a replicarlo con las demás personas, de lo contrario un pobre apego causa problemas emocionales y conductuales a lo largo de la vida y así se genera una cadena que mientras no se esté consciente de ello, ésta problemática se seguirá repitiendo.
Muchas veces se da la situación por la misma ignorancia, lo cual no permite que las cosas cambien y la realidad no coincide con lo que se espera de las madres, pues ellas también se equivocan como el caso de la artista japonesa conocida como la Princesa del Polka Dots, Yayoi Kusama.
Ella hoy cuenta con 88 años de edad y ha sobrevivido a sus deseos de morir por los problemas emocionales que le causan los recuerdos de una madre violenta, adicta al trabajo, sin tiempo para ella como hija, quien además la obligaba a atender el negocio familiar aunque tuviera exámenes en la escuela y que ello la hacía sentirse insegura, lo que Yayoi recuerda con rencor.
“Mi madre, que odiaba que pintara, destruía todo lo que hacía”. Rara vez asistí a clases. Me quedaba pintando en el dormitorio debido a que mi madre era contraria a que me convirtiera en artista; emocionalmente empecé a ser muy inestable y sufrir crisis nerviosas. Fue desde entonces que empecé a recibir tratamiento psiquiátrico.
“Al traducir el miedo de las alucinaciones en las pinturas estuve tratando de curar mi enfermedad. Mi arte mantiene una estrecha relación con mi salud mental”, manifestó Kusama.
Y hay un triste caso como el del ruso Máximo Gorki, que quedó huérfano de padre a los cinco años de edad y a los once perdió a su madre. Desde entonces vivió con sus abuelos de los que recibió una severa educación; así que probablemente el autor de obra literaria La Madre creó esa novela como parte de una realidad alterna de una familia nuclear a la que un día pudo pertenecer, pero desafortunadamente para él nunca existió.