México será un país rico y sus habitantes vivirán al estilo Noruega o Dinamarca -donde no hay delincuencia, ni corrupción, ni robos, ni pobreza al extremo-, cuando los políticos y los servidores públicos dejen de robar en cuanto llegan al gobierno.
Peros seguramente para cuando eso llegue a suceder, si es que pasa, vendrán varias o muchas generaciones de mexicanos. Y quienes pertenecemos a la nuestra y otras que vienen atrás, todos estaremos bajo tierra.
Es una lástima que tanta riqueza natural, empezando por el petróleo, no hayan servido para que nuestro país esté como los europeos que resurgieron en menos de dos décadas después del fin de la II Guerra Mundial en 1945.
Porque Alemania, Italia, Inglaterra y Francia, los dos primeros aliados invasores y los otros invadidos, mismos que estaban destruidos por los bombardeos, rápido se convirtieron en potencias económicas.
Mientras al mismo tempo México era vorazmente saqueado por una clase gobernante con antifaz: el PRI, sacado del poder después de 70 años.
Pero con el PAN fue igual o peor. Se aplicó la máxima de que “no robábamos porque no nos dejaban”. Así llegó Vicente Fox Quesada y sus hijastros tomaron indignamente el estandarte de la corrupción.
Doce años tuvieron de oportunidad los panistas para terminar con la inercia corrupta de los priistas. Mismos años que tuvieron los alemanes para dar señales de que su economía llegaría a repuntar hasta ser potencia mundial.
Total, soñar no cuesta nada. Lo único cierto es que las movilizaciones en contra de los aumentos a la gasolina y contra la corrupción de la clase política dominante está llevando a Andrés Manuel López Obrador a convertirse en la esperanza para 2018.
No por nada son las descalificaciones, sobre todo de los albiazules Ricardo Anaya y Margarita Zavala, ésta última que significa vulgarmente el intento de reelección de su marido Felipe Calderón pero bajo sus faldas.