Los 9 y 10 varos por pasaje urbano es no sólo para tener camiones como los de El Metro del Laredo pocho, sino para que los actuales choferoces se comporten como la guardia suiza pontificia, o de jodido, como los guachos que cuidan a mi comadre Chabelita Dos, para ustedes, Su Majestad la Reina Elizabeth II de Inglaterra. No que hoy, estos macuarros con ínfulas de padrotillo de quinta, se creen una mezcla de Brad Pitt, George Clooney, Pablo Escobar y “El Chapo”. Galanes y mafiosos.
EL MUNDO NO LOS MERECE
Hemos usado el armatoste urbano recientemente, diríamos que mucho, bastante seguido, por lo que tenemos varios apuntes en la libreta, para señalar todos los “detallitos” de estos najayotes. Primero, señores conductores, por favor véanse en los 15 espejos que traen pegados en el camión (incluidos los abajeños, colocados estratégicamente para verles los calzones a las damas). Pero háganlo con ojos críticos. Ustedes están más feos que pegarle a Jesucristo a pleno mediodía. ¿Entonces por qué diablos se creen galanes?
TRES RAYITAS
Señores permisionarios, deberían quitarles los reproductores de música estereofónica a estos nacos, ya que el pasaje no quiere escuchar a 90 decibeles de magnitud (55 decibles como máximo debe soportar una persona, indica la Organización Mundial de la Salud) a El Kommander, ni a Larry Hernández, ni a La Trakalosa de Monterrey, tampoco a Calibre 50, ni a la Auténtica, Neta, Verdadera y Oficial Banda Arrolladora, o las no menos pirateadas Del Recodito, Del Recodo o la De Los Recul….eaderos (ya solo esa falta).
DESTANTEANDO AL ENEMIGO
Los choferes y sus chalanes, o sea, refiriéndonos a estos últimos como los chimpancés que llevan trepados en el estribo o en el primer asiento pegado a la puerta delantera del camión, fácil y con la zurda, en un viaje entre el Puente Internacional y Paseo Reforma, tapando el lector electrónico que registra el número de pasajeros que ascienden, sacan lana como para comprar 62 caguamas y 35 churros de grifa, mismos que a decir por sus caras, es lo que se han de meter como dosis diaria de rigor.
LAS NYLONS
Ya hablamos del radio a todo volumen, bien, pues hay otros distractor gacho a bordo de los camiones. Y es que los choferes se la pasan hablando por teléfono celular, los muy babosos –según ellos- le van bajando la luna, las estrellas y los chones (que han de estar muy balaceados, sólo así se explica que una fémina les preste atención a estos tipos) a una gatitas que acaban de conocer, la noche anterior en el baile o en la piquera del rumbo. Y luego cuelgan y ya le están hablando a otra, suelen comadrear con una cusca, pues el lenguaje sube de tono, la charla se vuelve XXX. El pasaje se va enterando de lo que le quiere hacer o lo que le hizo la noche anterior.
OTRO PELIGRO
El tercer peligro, porque les roba a los choferes la “concentrancia”, son las chavitas que suelen llevar trepadas en el primer asiento. Habrían de ver la cara de estúpidos que ponen estos batos. ¡No! Deje usted los rostros de imbéciles, habría que escuchar las charlas que se avientan, como de “Romeo y Julieta” pero de La Bondojo. De plano que la tarifa de 10 pesos ú 12 bolas no es dañino para el pasaje. Lo realmente grave, es tener qué ver y escuchar esos desfiguros.
ESPEJEANDO, ESPEJEANDO
Los conductores del camión urbano, siempre van armados de su cepillo morado o de su peine color verde limón, ya saben por sí se ofrece. El público pasajero tiene presente –es como una ley no escrita-, que el primer asiento, está separado para las chamacas de maquila o la suripanta, que le va alegrar el día al mequetrefe al volante. El bato tiene bien preparado su espejito, junto a la palanca de los cambios, para ir viéndole las pantaletas y los entrecijos a la morra.
CÍRCULO VICIOSO
En fin, un periplo en un camión urbano le deja mucha enseñanza a cualquiera, la principal de ellas, es que al dueño del armatoste le vale más que una pura y dos con sal lo que haga el chofer a bordo, solo con que le entregue la cifra pactada diaria. Que la unidad le deje tanta feria, bien segurita, por día. Luego la saca de servicio, a media ruta, los hace que tuerzan el camino, que bajen el pasaje, que no cubran la vuelta completa, que dejen gente esperándolos en lo más recóndito del horizonte.
SE BAJA EL CERO…
… Y no contiene. El permisionario, ya hizo el día, un minuto más jalando el armatoste, solo es para beneficio del choferoz, pues se clavará todo el dinero que ingrese. El concesionario mejor retira la nave, ya que si la deja seguir circulando solo significará desgaste, pagar más combustible, forzar el motor (que de por sí ya está pa´l arrastre), volver más melonas las llantas y en fin, le causará más detrimentos al pedazo de lámina rodante.
ASÍ QUE YA SABE
Y es que el chofer nunca va a dejar de agandallarse al patrón, incluso obtener mayor ganancia que este. Entonces, el pasaje valelo que se le iunta al queso. Puede uno ver por viaje, a la abuelita dando tumbos, a la ñora embarazada a punto de abortar con tantos fregadazos contra los tubos de los asientos, al niño pegándose cada coscorrón contra los mismos fierros, al mocetón estudiante y al joven señor obrero causándose esterilidad porque sus higos quedan justito a la mera altura del mentado fierro, bien sea este horizontal o vertical. Y no falta que con tantos brincos una lámina gacha o un cacho de fibra de vidrio de los asientos te dé una pasada bruta en “salva sea la parte”.
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